sábado, 29 de octubre de 2016

Recordando a un dominico alagonés en el VIII Centenerio de su Orden.

En el Heraldo de Aragón del lunes 24 de octubre ha aparecido un interesante artículo, firmado por Laura Mateo, en el que se hace un recorrido por las calles y plazas de Zaragoza en las que ha dejado su huella la Orden de Predicadores, que este año cumple ocho siglos de existencia.  Leyéndolo nos ha parecido una buena idea recordar que nuestro pueblo, Alagón, también ocupa un lugar importante en la historia de la orden religiosa fundada por el español Domingo de Guzmán (motivo por el que sus miembros son conocidos como dominicos). Puesto que en Alagón nunca tuvieron convento -como sí lo tenían agustinos, franciscanos y jesuitas-, su presencia es escasa, pero no irrelevante.

El epicentro del recuerdo dominicano en Alagón se encuentra en la Calle Padre Garcés, que lleva el nombre de un destacado miembro de dicha orden religiosa mendicante. Probablemente muy pocos alagoneros sabrían decir algo de la biografía de este personaje histórico, aparte de su condición de religioso. Garcés fue, ante todo -y así lo debemos recordar por encima de las polémicas en las que se vio envuelta su figura-, un prolífico escritor y un portentoso orador.


 Antonio Garcés y Maestre nació en la villa de Alagón el 13 de enero de 1701. Estudió Filosofía en la Universidad de Zaragoza y contra los deseos de su padre, que había solicitado para él una de las raciones de la iglesia parroquial de San Pedro, rechazó tales prebendas y tomó la decisión de profesar en una orden religiosa. Intentó ingresar en el convento de los carmelitas de Zaragoza primero, y en la Cartuja Baja después, sin éxito, para ser admitido finalmente en el de Predicadores. Por fin, el 14 de noviembre de 1717 tomó en el Real Convento de Zaragoza el hábito de Santo Domingo ante la presencia de su madre, que vivía en Alagón.

En 1725 se ordena sacerdote y cuatro años después empieza a predicar todos los días de fiesta en la iglesia del mencionado convento. Inicia así una carrera apostólica que le llevaría a recorrer con sus sermones gran parte de la geografía española y que tanta fama le daría en vida, así como después de muerto. Su fama llegó incluso a la Corte de Madrid y los reyes le tuvieron en gran estima. Cuando el primero de noviembre de 1755 se produzca el destructivo Terremoto de Lisboa, cuyos efectos se dejaron sentir también en España, el rey Fernando VI hará llamar a Garcés para hacer misiones con el fin de calmar los ánimos del supersticioso pueblo madrileño.  Poco después, el 2 de enero de 1756, el mismo rey le concedió el honor de predicar a puerta cerrada  a sus Reales Consejos y a todos los Ministros de sus Tribunales y Oficinas de las Secretarías del Despacho Universal. El siguiente en acceder al trono español fue Carlos III que, tras el éxito de aquellas predicaciones, decidió nombrar a Garcés predicador de su real capilla en 1762.

No menos importantes fueron los cargos y responsabilidades que desempeñó Garcés en su Orden religiosa, que le encomendó comisiones de especial confianza y lo hizo su provincial de Aragón en 1765, cargo que ejerció hasta 1769, cuando su salud se hallaba ya muy deteriorada. A principios de febrero de 1773 Garcés cayó enfermo de gravedad, sin que los médicos fueran capaces de reducirle la fiebre. Después de una penosa convalecencia que duró varios días, a las doce y media de la noche del 16 de febrero de 1773 el padre Antonio Garcés exhaló su último suspiro. Pocos minutos después de su fallecimiento, una gran muchedumbre se agolpaba ya a las puertas del convento. Expuestos sus restos mortales en la Sala Capitular, la enfervorizada multitud destroza el confesionario y la barandilla del púlpito del padre, y desnuda su cuerpo, haciendo jirones sus vestiduras con el fin de convertirlas en reliquias. El pueblo había elevado a Garcés a los altares mucho antes de que la Iglesia lo proclamara oficialmente Venerable que es, junto a Beato, una de las categorías previas a la santidad. Las crónicas nos dan cuenta de lo obsceno que fueron los momentos posteriores a la muerte de Garcés, al que se dio sepultura sin que pudieran celebrarse antes sus exequias porque el gentío lo impidió: "Llegó a tanto el exceso, que estaba indecente el cadáver" [...] "El cadáver estaba casi desnudo: a fuerza de soldados y otros hombres de valor, se entró a la sacristía para vestirlo de nuevo".


Estas manifestaciones de duelo se repitieron el 16 de marzo de ese mismo año, cuando se celebraron finalmente las solemnes exequias del finado. Fueron organizadas por las Cofradías de Nuestra Señora de los Dolores y de San Joaquín y contaron con la asistencia del Ilustrísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Zaragoza. Poco después se estampó en Salamanca el retrato de Garcés, que por ser cronológicamente cercano al momento de su muerte, presumimos fiel al aspecto real del dominico. En líneas generales es el mismo que reproducimos en este artículo, pero este es posterior y presenta  algunas variaciones. Y es que la estampa original se convirtió de alguna forma en el retrato "oficial" de Garcés y fue muy reproducida (con modificaciones) en la portada de varios libros y publicaciones. En algunas aparece con un crucifijo entre las manos, en actitud de meditación, y en otras sin él. En cambio, sí se mantiene en todas las versiones la inscripción que aparece en el pedestal en trampantojo sobre el que descansa el óvalo con el retrato del venerable padre: "Retrato del PM Fray Antonio Garcés, del orden de Predicadores, Provincial de Aragón, Examinador Sinodal del Arzobispado de Zaragoza, Predicador del rey, misionero apostólico, fue de exemplar vida, singular opinión y ardiente celo...".  

En el artículo de Heraldo de Aragón se hace una mención al convento al que estamos haciendo referencia en todo momento, el mismo en el que Garcés profesó, predicó, vivió y murió: "De aquel primer convento dominicano ubicado en Zaragoza apenas quedan unos restos poco significativos pero muy bien conservados, donde se ha establecido el Centro de Documentación del Agua y del Medio Ambiente". Esos restos a los que alude la periodista no son poco significativos, como se dice. Se conserva todavía el magnífico refectorio, cuyo aspecto actual podemos apreciar en la fotografía de arriba. De lo que no nos ha llegado nada es de la antigua y amplia iglesia, en cuya cripta descansaron los despojos mortales de Garcés hasta la Desamortización. A partir de entonces, en algún momento indeterminado, cuando se destruyó la mayor parte del complejo monástico, se destruyeron también los restos del dominico alagonés. ¿Les suena esta historia? Guarda muchos paralelismos con lo que dijimos en nuestro anterior artículo sobre Juan Pablo Bonet.

También hemos dicho anteriormente que Antonio Garcés fue escritor. De esta faceta de su personalidad, la más sobresaliente sin duda, hablaremos en otra ocasión.

sábado, 22 de octubre de 2016

Una vida dedicada a la Jota.

Hay quien dice que Alagón solo aparece en los medios de comunicación cuando aquí se produce un hecho considerado socialmente como negativo o reprobable, nunca para hablar de nuestras virtudes y grandezas. Quizá por ello, como una forma de contrarrestar esa imagen, el equipo de VIDA ALAGONESA se propuso en su fundación el deber de dedicar una parte substancial de sus contenidos a aquellas iniciativas que pudieran mejorar nuestro pueblo y no a aquellas que solo representan ausencia de valores, incivismo y desunión. Esta semana nos llena de orgullo poder dar cuenta de una de esas escasas buenas noticias que a todos nos gustaría leer en la prensa. Y es que mañana en Alagón va a tener lugar uno de esos actos de justicia que todos los grandes hombres y mujeres debieran tener en vida pero que, en ocasiones, jamás llegan a buen puerto por la ingratitud de unos y la indolencia de otros. Por fortuna, este no va a ser el caso de Dña. Celia Sanz y D. Germán Santabárbara, dos insignes alagoneros que supieron lograr para sí, a base de humildad, trabajo y honradez, el respeto y la consideración unánime de los vecinos de esta villa. Algo así no es fácil y por eso pocas personas lo consiguen. Pero para demostrar al mundo que el afecto sigue muy vivo entre todos aquellos que han tenido el privilegio de conocer a este matrimonio excepcional, sus familiares y  amigos les tributarán a las cinco de la tarde un grandioso homenaje. Se espera gran afluencia de público. Nadie quiere perderse esta gran fiesta de la jota, una de esas ocasiones irrepetibles que se producen una vez en la vida. Todo sea por Germán y Celia. Se lo merecen. Ellos pertenecen a ese exclusivo grupo de matrimonios que han envejecido de la mano de la jota y queriéndose como el primer día (a este grupo pertenece El Pastor de Andorra y su mujer Pascuala). Su ejemplo debería inspirar a muchos. Buena oportunidad es también para quitarnos, de paso, el sambenito de pueblo desagradecido e ingrato hacia nuestros ilustres que llevamos arrastrando desde hace siglos. Mañana estará presente el ayer y el hoy de la jota, pero al Ayuntamiento se le echará en falta. Hace tiempo que nuestra Corporación debería haber movido ficha, reconociendo de forma oficial la excepcional trayectoria de estos vecinos. No se ha hecho porque no ha habido voluntad. Es un hecho constatable que en nuestro pueblo no existe una cultura administrativa premial, algo que sí ocurre en otros países europeos, más acostumbrados que nosotros a enorgullecerse de su pasado y presumir de sus héroes. En el momento de escribir estas líneas, nos consta la existencia de una iniciativa ciudadana que pretende dedicar a Celia y Germán una calle que perpetúe su memoria. No sabemos si sigue adelante ni si hallará respuesta por parte de las primeras autoridades locales. En cualquier caso, la recibimos con interés y estaremos atentos a los avances que se produzcan en este sentido. Otorgarles el título de hijos predilectos de Alagón sería también una posibilidad, aunque la concesión podría verse entorpecida por el mero hecho de que en Alagón no existe ningún reglamento que regule este tipo de honores y distinciones.
Alagón es un pueblo jotero como el que más pero en este ámbito, como en tantas otras cosas, no hemos sabido promocionarnos. Otros sitios con menos tradición folklórica que Alagón han logrado, a base de repetirlo hasta la saciedad, que los demás les reconozcan un pedigrí que ni por historia ni tradición deberían ostentar. Suerte que al menos Celia y Germán llevaron orgullosos su condición de alagoneros y lograron que la estrella de la jota no se apagase en nuestro pueblo.  Sería prolijo intentar glosar aquí la historia de la jota en Alagón, por lo que nos abstendremos de hacerlo. Sin embargo, consideramos imprescindible dejar escritos algunos apuntes que pongan en contexto a las personas que mañana se va a homenajear. Germán y Celia se merecen todo el protagonismo en el día de hoy, pero más adelante creemos necesario escribir otro artículo en el que expongamos de forma detallada los motivos históricos y sociales por los que Alagón es baluarte inexpugnable de la jota. Y no son pocos.
La jota es un fenómeno eminentemente popular y, como cualquier manifestación surgida en el seno del pueblo, sus orígenes están rodeados de una nebulosa. Por mucho que se ha escrito y por más que los estudiosos han especulado, a día de hoy no podemos afirmar con exactitud desde cuándo se canta o se baila en nuestra tierra. En cualquier caso, la jota se desarrolla y alcanza su plenitud actual a lo largo del siglo XIX. No resulta difícil imaginarse las primeras rondas joteras que seguramente recorrieron nuestras calles, cantando a la belleza y la juventud de las mozas que acudirían a Zaragoza a vender sus productos pregonando aquello de Al buen pan de Alagón, que daría lugar a una de las coplas más célebres de nuestro folklore. El primer cantador alagonés importante del que tenemos constancia fue D. Jacinto Luna, al cual encontramos en 1928 cantando en Barcelona bajo la dirección del reputado jotero D. Miguel Asso. Parece ser que Luna también era bailador y su pareja en aquel concurso fue Regina García. Como curiosidad, debemos decir que esa noche actuó también la gran Jacinta Bartolomé. Por aquella época la jota empezaba a renacer en nuestro pueblo gracias a la titánica labor de Pedro Gracia "el Ciego", alma de "Los Joteros de Alagón", marca que acuñaría el sagaz periodista de Heraldo de Aragón D. Fernando Soteras Mefisto. En los difíciles primeros años de la década de los treinta, cuando todo el mundo daba por muerta a la jota y las rondas habían dejado de oírse ya en Albalate del Arzobispo, Uncastillo, Cariñena o Gallur; Mefisto se dio cuenta de que en Alagón todavía se mantenían las viejas esencias joteras y decidió contarlo a sus lectores a través de las páginas de su periódico. Por aquella época destacaron otros cantadores como Francisco "El de los Heraldos", su hija Conchita Royo, campeona del concurso de aficionados de 1934 y que después de la Guerra Civil se fue a Barcelona y allí cantó durante muchos años en el Centro Aragonés; Benita Capapé, una de las mejores voces que se recuerdan y Sara Ibáñez, que dejó de cantar tras su matrimonio y se dedicó a la docencia. Este esplendor tuvo un abrupto desenlace con la Guerra Civil y en la posguerra Alagón se convirtió en un páramo cultural. Se perdió la jota, las bandas de música y el dance. El dance sería precisamente el motor que impulsó la recuperación de la jota después del conflicto bélico. En 1948-1949 Visitación Arilla, por medio de la Sección Femenina, llamó a unas cuantas chicas y con ellas fue posible formar dos grupos de paloteo-dance, que tuvieron como profesores a  Ramón "El Cuchares" y Pedro Morales. La rondalla, que se estructuró a tal fin, estaba a cargo de Antonio Santabárbara. Cuando el folclore local tenía ya la suficiente fuerza, Alagón participó en el concurso regional y quedó empatado a puntos con Escatrón, lo que les valió luego bailar durante una semana en el Rincón de Goya y en el Teatro Circo y la Feria de Muestras. Obtuvieron el primer premio, lo que les daba opción de ir a Madrid para competir en la fase nacional; pero este viaje no llegó a realizarse.
En 1950-1951, los componentes de la rondalla de Alagón, la mayoría discípulos de Pedro "el Ciego", formaron al completo y se llamó a las jóvenes que habían estado en Zaragoza, pues algunas de ellas habían aprendido allí a bailar, y como había una larga tradición de rondalla, querían que hubiera también un buen cuadro de bailadores. Para ello se solicitó el concurso de Ángel Argota, que en aquellos tiempos era el campeón de Aragón de baile, y se llegó a tener ocho parejas de mayores, cuatro de juveniles, cuatros voces de mujeres y otras tantas de hombres, además de los infantiles. En 1954 se constituyó una sociedad a tal fin, cuyo primer presidente fue D. Luis Latorre Ferriz. Por estas mismas fechas acudieron a Zaragoza, para aprender a cantar con Jacinta Bartolomé, el propio Luis Latorre, nuestra Celia Sanz e Ignacio González. Más tarde lo harían igualmente Miguela y Alicia Rodríguez y Elena Mateo. En la rondalla destacaba Germán Santabárbara como una de sus primeras figuras. Con ello quedaron sentadas las bases de un nuevo grupo de "Los Joteros de Alagón", que prodigó sus actuaciones dentro y fuera de la provincia de Zaragoza, hasta 1957, en que se deshizo.

Llegados a este momento de nuestra historia, a los años 60 del pasado siglo, salta al escenario con luz propia Dña. Celia Sanz Langoyo, conocida como La Polaca, la gran dama de la jota en Alagón y nuestra mejor jotera de todos los tiempos. Sentimentalmente su nombre permanecerá ligado por siempre al Gran Concurso de Homenaje y Exaltación de la Jota, cuya primera edición se celebró en la Plaza de Toros de Alagón en 1966. Fue durante su corta existencia una cita jotera muy prestigiosa, en la que participaron relevantes figuras del folclore aragonés, como Pilarín Bueno, José Iranzo, Carmelo Betoré, Mariano Arregá o Aurora Tarragual. Tampoco faltó la presencia, en un acontecimiento así, de D. Demetrio Galán Bergua, el jotero mayor de Aragón. Destacó especialmente Celia Sanz, que en 1967 -segunda edición del concurso- ganó el primer premio de cantadora aficionada, y el primero también de dúos con Néstor Pérez, además de ser galardonada con la Copa del Ministerio de Información y Turismo como mejor cantadora del Concurso. El legado más visible del Certamen fue la gran guitarra que mandó construir a escala el entonces propietario de la plaza, D. Ponciano Vera, para que salieran al escenario los joteros por el agujero del instrumento. Una guitarra que ha sido felizmente restaurada por un grupo de vecinos para que luzca con todo el esplendor en nuestras fiestas.
Tales acontecimientos sirvieron para consolidar al grupo folclórico de Alagón y para sentar las bases de la Escuela Municipal de Jota, que en 1988 contaba ya con 120 alumnos bajo la dirección y el fecundo magisterio de Celia y Germán. La escuela y el grupo Los Joteros de Alagón participaron hasta su disolución en numerosos festivales en la comunidad aragonesa y fuera de ella, llevando el nombre de Alagón allende nuestras fronteras. No les falta razón a aquellos que dicen que sin Germán y Celia la jota no existiría en Alagón o, por lo menos, con menos vigor del que ahora tiene.
La trayectoria de Celia Sanz ha sido impresionante. Su mayor triunfo lo consiguió el 9 de octubre de 1972 en el Teatro Principal de Zaragoza al alzarse con el primer premio del Certamen Oficial de Jota, que por entonces estaba acompañado de una gratificación económica de seis mil pesetas. El jurado lo componían D. Andrés Cester Zapata, D. Angel Jaria, D. Jesús Gutiérrez, D. Anselmo Gracia, D. Ángel Argota y D. Manuel Villanueva, autor del célebre Bolero de Alagón. Anteriormente, en 1968 y 1969, había obtenido sendos segundos premios en el Certamen Oficial, dotados con mil quinientas pesetas cada uno. También como profesional fue galardonada en el Oficial de Fuendejalón, un pueblo jotero de pro. Celia es la única persona de Alagón que ha recibido un primer premio en el Certamen de Zaragoza, de ahí lo excepcional de su figura.
Por último, VIDA ALAGONESA quiere agradecer a los organizadores del homenaje de mañana que hayan decidido por fin dar un paso adelante y hacer justicia con Celia y Germán en el momento preciso. Porque, como cualquiera de sus semejantes y aunque sea triste decirlo, ellos no son inmortales y no van a estar siempre entre nosotros. Lo que si es inmortal, y lo será siempre, es el legado que deja este matrimonio, la gran pasión de sus vidas, la jota, que mientras existan personas como ellos, no morirá jamás.

sábado, 15 de octubre de 2016

Alagón tiene una deuda histórica con Juan Pablo Bonet (2ª parte)

Continuamos con la segunda parte de nuestro humilde homenaje a Juan Pablo Bonet. Si en la anterior entrega nos ocupábamos de la realidad histórica, de los vínculos ciertos existentes entre este personaje y Alagón; la presente la dedicaremos a hablar de la ficción histórica. Es decir, de aquellos datos que historiadores y biógrafos consideraron correctos durante años pero que hoy, a la luz de nuevas investigaciones, descartamos por haberse demostrado su manifiesta falsedad. El iniciador de los estudios modernos sobre Juan Pablo Bonet fue el lingüista D. Tomás Navarro, autor de unos  breves pero bien documentados Datos biográficos, auténtico punto de partida de todos los trabajos que se han escrito posteriormente sobre el ilustre torrero. Tomás Navarro se procuró nuevos documentos a añadir a los conocidos, entre los que ocupa un lugar muy destacado el expediente Pruebas de caballeros, que contiene la encuesta de averiguación de la nobleza y limpieza de sangre de Juan Pablo. En su realización se invirtieron 117 jornadas en total por parte de cinco equipos distintos, que entre el 2 de noviembre de 1626 y el 12 de noviembre de 1627 se movieron en lugares tan lejanos entre sí como Jaca y Agudo (Ciudad Real). Los investigadores también estuvieron en Alagón, donde recogieron el testimonio de María Tarazona, natural del Castellar y avecindada en nuestra villa. Sobre la apoyatura documental de la obra de Navarro, el tarraconense D. Miguel Granell y Forcadell publicó en 1929 su Homenaje a Juan Pablo Bonet. En este escrito hallaremos el origen de la mayoría de las  falsedades que sobre Pablo Bonet se han dicho, algunas de las cuales han llegado hasta el presente a través de las enciclopedias y libros de divulgación. No fue hasta 1995 cuando D. Ramón Ferrerons y D. Antonio Gascón se propusieron abordar la figura de Pablo Bonet desde la precisión y el rigor metodológico, en su obra Juan Pablo Bonet. Su tierra y su gente. Ambos autores trataron de desterrar las ideas infundadas que se habían dicho hasta entonces. El libro, del cual hemos extraído gran parte de la información que reproducimos en este artículo, fue editado conjuntamente por la Diputación de Zaragoza y el Ayuntamiento de Torres. Escribió el prólogo otro torrero ilustre, D. Antonio Caparrós Benedicto, el que fuera Catedrático de Psicología y Rector de la Universidad de Barcelona. Entre otras cosas, Caparrós afirmaba en su escrito que "los de Torres tenemos la responsabilidad de fomentar su conocimiento histórico [de Pablo Bonet]". Como apuntábamos la semana pasada, creemos que Alagón comparte con Torres una porción de dicha responsabilidad, que no debemos seguir ignorando por más tiempo.
¿En qué consistió la labor pseudohistoriográfica de Granell? En fabular, como si de un literato se tratara, para completar los exiguos datos biográficos disponibles hasta lograr un extenso y pretencioso libro. No dudó en inventarse datos biográficos adicionales: "Su tío Bartolomé, que vivía en Alagón, se llevó a su sobrino Juan para que ingresara en la clase de instrucción primaria, que dirigía la Orden Franciscana [...] los Padres franciscanos [...]" Es decir, a partir de una lectura equivocada de D. Tomás Navarro por la que vincula a su tío Bartolomé con Alagón cuando, del testimonio de uno de los testigos de la encuesta se desprende que era su criado Juan Francés de Esclasate el natural de nuestro pueblo y no él mismo y, supuesta una decisiva relación tío-sobrino, dio por hecho el traslado del niño Juan al pueblo que, al fin y al cabo, estaba situado a poco más de una legua del suyo natal. Contribuye, por otra parte, a dar un aire de similitud a esta afirmación el hecho de que en Alagón, como ya sabemos, existiera un convento de franciscanas descalzas. Señalaremos de paso que en estas pobres franciscanas debió hallar la inspiración para sacarse de la manga a unos "Padres franciscanos" maestros de Juan Pablo. Lástima que durante la infancia de este no existiera en Alagón dicho convento.  El prestigio personal del autor, que era Director del Colegio de Sordomudos de Madrid, era razón suficiente para que sus fabulaciones circularan durante años sin que nadie se propusiera cuestionarlas.
Fue en 1930 cuando vio la luz Juan Pablo Bonet y su obra. Biografía y crítica, de Jacobo Orellana y Lorenzo Gascón. Estos, aunque incomparablemente más rigurosos que Granell, tampoco se libraron de cometer errores de interpretación de los documentos históricos. Dijimos la semana pasada que Pablo Bonet dispuso poco antes de morir la creación de una capellanía; su dotación económica provenía de un treudo sobre unas casas de la parroquia (barrio diríamos hoy) de San Gil en Zaragoza. Malinterpretando estos papeles, Orellana y Gascón llegaron a la conclusión de que Pablo Bonet "ordenó la fundación de una capellanía en la parroquia de San Gil (sic)" cuya escritura pretenden aclarar en nota, y donde se infiere que "se halla en el Archivo Histórico Nacional, Sección Clero, Franciscanos (sic) de Aragón, Zaragoza, Leg. 7" Orellana y Gascón se estaban refiriendo a los legajos de Alagón (que no de Aragón) y de franciscanas (en femenino) que no de franciscanos (en masculino). Quizá por este motivo nadie se dio cuenta de que los restos de Pablo Bonet podían estar enterrados en el convento de Alagón, un desafortunado "despiste" que décadas después lo condenaría al derribo, sin que se tuviera entonces la menor precaución hacia los restos óseos depositados en el edificio. Estos trabajos de Granell y de Orellana y Gascón evidencian una lamentable forma de hacer Historia, bastante común en otros tiempos, y nos recuerda el peligro de  que los historiadores no ejerzan su oficio con honradez y fidelidad a la verdad.
El 30 de noviembre de 1927 el Ayuntamiento de Torres tributó un gran homenaje a Juan Pablo Bonet. Fruto de aquella celebración, a la que había sido invitado el propio Granell, apareció el mencionado libro Homenaje a Juan Pablo Bonet. En cumplimiento de una promesa que había hecho a la prensa, Granell decidió incluir en la obra un retrato inédito del pionero de la educación de sordomudos. Y es que durante aquel homenaje de 1927 había afirmado "que si encontraba un retrato se elevaría una estatua a Bonet en el pueblo, a costa de su bolsillo particular". (Bonet tiene dedicados sendos monumentos en Madrid y Barcelona). Puesto que no halló el retrato, Granell, consumando manipulador de hechos y verdades históricas, tuvo la ocurrencia de urdir una falsificación y hacerla pasar por el retrato auténtico de Pablo Bonet. El presunto retrato, que reproducimos arriba, salió de la imaginación del artista sordo José Zaragoza siguiendo indicaciones de Granell. Con motivo del tercer centenario de la muerte de Pablo Bonet, la idea de Granell se hará efectiva, inaugurándose el 29 de octubre de 1933 en Torres un magnífico busto que había sido realizado por el escultor Félix Burriel tomando como modelo el dibujo de José Zaragoza. La construcción del monumento fue posible gracias a diversos donativos aportados tanto por ayuntamientos e instituciones como por particulares. El Ayuntamiento de Alagón contribuyó el 23 de enero de 1933 con 25 pesetas, una cantidad nada despreciable para la época y, desde luego superior a las aportaciones de otras localidades aragonesas como Pedrola (20 pesetas), Tauste (5 pesetas), Teruel (10 pesetas) o Cariñena (5 pesetas). Entre los particulares, una de las principales aportaciones fue la del ilustre torrero General Mayandía, que contribuyó con 100 pesetas. Este militar tuvo, durante un breve lapso de tiempo, calle en Alagón en agradecimiento a las gestiones que había realizado para la obtención de una subvención para la construcción de las escuelas de Barrio Nuevo, inauguradas en 1929. Pero esto ya es otra historia...

sábado, 8 de octubre de 2016

Alagón tiene una deuda histórica con Juan Pablo Bonet

Recordarán que el pasado 1 de octubre les contábamos la crónica de nuestra excursión al Castellar, paraje en el que existió en tiempos una populosa villa - despoblada en la actualidad- y fue precisamente en ella donde  nació el personaje histórico al que hoy dedicamos nuestro reportaje. La casualidad es que dicho personaje, Juan Pablo Bonet, ha aparecido estos últimos días hasta en dos medios de comunicación distintos: Heraldo de Aragón y Ribera 2000.  Fue en el suplemento escolar del Heraldo del pasado miércoles donde apareció un artículo firmado por D.ª Marisancho Menjón en el que de forma sencilla y clara explicaba a los más jóvenes la importancia del autor del tratado "Reducción de las letras y Arte para enseñar a hablar a los mudos".  Pero también leemos en Ribera 2000 Nº 808 que Torres de Berrellén quiere poner en valor la figura de Juan Pablo Bonet. Antes de entrar a valorar la noticia, nos parece conveniente entresacar el primer párrafo: "Torres de Berrellén tiene un gran potencial todavía por explotar para el desarrollo socio-cultural en torno a la figura de Juan Pablo Bonet y su obra por lo que se han puesto en marcha en la localidad un proyecto para la puesta en valor del torrero más ilustre. La iniciativa pretende promover actividades alrededor de su figura y el primer objetivo es potenciar la interacción con la agrupación de personas sordas". 

Sin querer enemistarnos con nuestros vecinos, debemos reivindicar que Juan Pablo Bonet es casi tan alagonés como torrero. Dos jalones principales marcan la vida de toda persona: nacimiento y muerte. En la vida de Pablo Bonet, Torres representa el primer momento, Alagón el postrero. Y puesto que en Torres se han propuesto recuperarlo, nosotros deberíamos hacer lo propio, máxime si tenemos en cuenta que Alagón cometió hace décadas un imperdonable agravio hacia la memoria de este prohombre y todavía hoy no lo hemos reparado.


¿Cuáles eran los vínculos que le unían a Alagón? En primer lugar, los familiares. El hermano menor de su abuelo Francisco, Juan, antes del abandono del Castellar se había trasladado a Alagón, donde lo hallamos residiendo con su esposa Jerónima de Gavade en 1574. También residían en Alagón los Compán, una familia emparentada con los Bonet. En su testamento, Juan Pablo habla de "Raymundo de Compán, mi sobrino, hijo de Geronimo Compán, mi primo". Padre e hijo debían tener en Alagón otros parientes, pues leemos en 1593 "yo Joan de compan mayor Infançon domiçiliado en la Villa de alagon allado de presente en el lugar de torres de berrellen [...] ago procurador mio a martin de compan mi hijo". A tenor de la documentación de la época, parece ser que se trató de ocultar en cierta medida el parentesco existente entre los Compán y Juan Pablo Bonet. La razón bien pudiera ser el origen judeoconverso de los Compán y del propio Juan Pablo, un estigma que en el siglo XVI podía inhabilitarte para desempeñar oficio o cargo público, en los que se exigía acreditar la "limpieza de sangre".


El segundo vínculo de Juan Pablo Bontet con Alagón quizá esté también en relación con esa supuesta ascendencia judaica. Para la mentalidad hidalga de la época, la mejor forma de ocultar a ojos de los demás este inconfesable secreto era a través de la realización de obras pías. Y eso es precisamente lo que hizo el 20 de junio de 1622 junto a su primo Jerónimo Compán.  El año anterior, un pariente de ambos, D. Jerónimo Alcañiz y Compan, había fundado en Alagón el Convento de Nuestra Señora de la Concepción de monjas franciscanas. Sus primeras moradoras procedían de los Conventos de Santa Clara de Borja y Santa Clara de Tudela. Pues bien, en junio de 1622 Juan Pablo Bonet acababa de regresar de Roma, a donde había acompañado al conde de Monterrey en misión diplomática. Es entonces cuando se convierte en patrono de las monjas franciscanas de Alagón. Algunas de las prerrogativas que otorgaba este nombramiento era colocar su escudo de armas en la iglesia así como construir un enterramiento en su interior. Esta prerrogativa la hizo valer poco antes de su muerte.

En 1633 se añadió un codicilo al testamento original de Pablo Bonet, en el cual se modificaba la cláusula que establecía donde había de ser enterrado a su fallecimiento. Establece dos sepulturas, una provisional en Madrid, lugar donde le sorprendió la muerte, y otra definitiva, en Alagón. ”… que si Nuestro señor fuere servido de le llevar (sic) de la presente enfermedad, sea su cuerpo depositado en la iglesia y monasterio del señor san Martín, en la sepultura que allí tiene, de donde manda que Don Diego, su hijo, con la mayor brevedad que sea posible aga (sic) llebar sus guesos (sic) al entierro de Nuestra señora de la Concepción de la villa de Alagón de la que es patrón”.

Asimismo, y para la salvación del alma del finado, su mujer debía fundar en el Convento una capellanía, que estaría dotada de una importante aportación económica. La documentación que acredita las últimas voluntades de Pablo Bonet se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, Sección Clero: “[…] yo doña Mencía de Ruicereço viuda del difunto Juan Pablo Bonet […] digo que el testamento cerrado que el dicho mi señor y marido y yo otorgamos de un acuerdo y conformidad en la Ciudad de Guadalajara a dos dias del mes de Agosto del año de mil seiscientos y veinte y ocho y por otro codicilo que ottorgo el dicho mi marido tambien cerrado en esta dicha villa (de Madrid) en treinta de henero del año de (mil) seiscientos y treinta y tres que por su muerte se abrieron con la solemnidad del drecho por mandado de la Justicia ordinaria de esta villa ante el presente escribano (Jerónimo Sánchez de Aguilar) en dos de febrero del dicho año mandamos se fundase una Capellanía de una misa perpetua todos los dias en el monasterio de nuestra señora de la Concepción de Alagon por nuestras almas y de nuestros padres y deudos […]”.

Este convento, como saben ustedes, fue tristemente derribado hace unas décadas. Además de una pérdida irreparable para el patrimonio histórico fue, como acabamos de ver, una injusticia hacia la memoria de este pionero de la fonética y la logopedia.  De este modo, D. Antonio Gascón, que estaba escribiendo un artículo de divulgación sobre la vida y obra del torrero, se pone en contacto en abril de 1985 con el Ayuntamiento de Alagón para recabar información, sabedor de que la última voluntad de Juan Pablo era ser enterrado en el Convento del que era patrono. Esta fue la respuesta del por entonces alcalde D. Rogelio Castillo: “En contestación a su atento escrito recibido en esta Alcaldía el día 11 del actual […], me complace comunicarles lo siguiente:
Efectivamente ha sido derribado el Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción, que aquí era conocido como Iglesia de Religiosas Franciscanas.
En cuanto a los restos que había enterrados en la cripta de la mencionada iglesia fueron depositados en varios nichos que la Congregación adquirió en el Cementerio de esta localidad, y con objeto de aclararles si entre ellos estaban los de Juan Martín Pablo Bonet (sic), he recabado informes de la Superiora del convento de Religiosas Franciscanas de la Inmaculada, que regentan el Colegio de sordomudos, en Zaragoza, por si tuvieran el archivo de la fundación y hubiera constancia en él si efectivamente y en qué fecha fue enterrado, habiéndoseme contestado que ella no tenía noticia alguna del mismo, por cuyo motivo lamento no poder aclararles este extremo […]”.

Después de que las pesquisas por él realizadas concluyeran en un rotundo fracaso, D. Antonio Gascón ha llegado al siguiente razonamiento, que les reproducimos literalmente por considerarlo de sumo interés: "En resumen, el autor actual no puede afirmar, ni a favor ni en contra, que los huesos de Pablo Bonet fueran trasladados desde Madrid a Alagón (Zaragoza), hipotéticamente, cuando su viuda, fundó aquella capellanía en 1652. Del mismo modo que tampoco está en condiciones de poder afirmar que cuando se derribó aquel convento de Alagón, antes del año 1985, sus huesos estaban depositados allí, y que de acuerdo con los comentarios del alcalde, estos puedan estar hoy en día, depende, depositados en un nicho del cementerio municipal de Alagón, o en el río Ebro, al ir a parar allí muchos de los escombros de aquel edificio del siglo XVII, según el testimonio de algunos vecinos, ya que los escombros de las obras locales, en aquella época, servían para reforzar los diques de defensa del río".

Desalentados por estas palabras y queriendo confirmar con mayor certeza la triste posibilidad de que los restos de Juan Pablo Bonet hubieran podido acabar así, con la mayor indignidad, VIDA ALAGONESA se ha puesto en contacto con D. Manuel Serrano Villalba, historiador y uno de los mayores expertos en estos asuntos. Él tuvo la oportunidad de acceder a los enterramientos del convento antes de su derribo y puede aportarnos información de primera mano. Ante la pregunta de si Juan Pablo Bonet estaba enterrado en el convento, Serrano abre la posibilidad de que dicha inhumación no llegara a producirse puesto que ninguno de los nichos que pudo ver contenía inscripción alguna que lo identificara. Es de suponer que si Juan Pablo Bonet hubiera estado enterrado en el Convento de las Monjas, dada su condición de patrono del establecimiento religioso, se habría señalado de forma debida su tumba con su nombre y su escudo de armas perpetuando así su memoria. De estar en lo cierto, los restos de Pablo Bonet no habrían sido trasladados nunca de su tumba provisional en el monasterio benedictino de San Martín de Madrid, un edificio que también fue derribado por lo que, la única certeza que tenemos es que sus restos mortales se han perdido para siempre.

En cualquier caso, habría que pedir perdón a todos los habitantes de Torres de Berrellén por no haber hecho todo lo posible para salvar el enterramiento de su hijo más ilustre. Alagón podría haberse convertido junto con Torres en lugar de peregrinación laica de personas sordas, pero hemos dejado pasar de largo esta gran oportunidad. Como acto de reparación o desagravio se nos ocurren tres posibilidades: dedicarle una calle (mejor serán los nombres de los territorios de la Corona de Aragón), una placa en la Plaza de las Monjas que recuerde que allí se alzaba un convento del que Juan Pablo Bonet fue patrono o firmar un acuerdo de colaboración con el Ayuntamiento de Torres para organizar de forma conjunta una campaña de divulgación que lleve el estudio de este personaje a los colegios de ambas localidades. Nos gustaría que nuestra concejala de Cultura, D.ª Mª del Mar Cazaña García, tomara buena nota de estas propuestas. Solo con voluntad y altura de miras se podrá saldar una deuda histórica con Juan Pablo Bonet.

sábado, 1 de octubre de 2016

El último domingo de septiembre y la fraternidad entre dos pueblos.

El pasado día 25 de septiembre, un corresponsal de VIDA ALAGONESA se desplazó hasta la ermita de la Virgen del Castellar para cubrir la romería. Una tradición que, como saben, se repite dos veces al año: el 8 de mayo y el último domingo de septiembre. Nos gusta decir que esta romería es un acto de fraternidad entre dos pueblos, sin embrago, en estos tiempos la afluencia de vecinos de Alagón ha decaído notablemente. Habría que preguntarse los motivos. Nosotros aquí nos limitamos a plantear el debate.

Nos levantamos con las más desfavorables previsiones meteorológicas, que anunciaban inmisericordes lluvias aquí y allá. Y aun a pesar de que un cielo plomizo parecía confirmar nuestros peores presagios, nos lanzamos a la carrera en dirección a la simpática localidad de Torres de Berrellén. Ni siquiera el tiempo podía apearnos de nuestro objetivo, tan largamente meditado y anhelado. Y es esto  testimonio elocuente de hasta donde está dispuesta a llegar esta redacción de VIDA ALAGONESA por acudir puntualmente a la cita semanal con sus lectores, a los que no queremos defraudar haciéndonos indignos de las expectativas que han depositado en nosotros.

Dejamos Torres atrás y enfilamos el camino que conduce hacia el embarcadero. Nos recibe airado el barquero, un hombre maduro y franco, al que años de trabajo han curtido y desengañado. Cruzamos por fin el Ebro con la emoción de sentirnos marineros en tierra adentro. Mientras los barqueros se valen de la sirga para acercarse a la otra orilla, no podemos evitar acordarnos de aquel poemario de Rafael Alberti de 1924 y dejarnos llevar por la nostalgia y belleza de sus versos: "Si mi voz muriera en tierra,/llevadla al nivel del mar/y dejadla en la ribera".




Empezamos a subir la cuesta que conduce a la ermita con paso firme y decidido. Hacemos algún alto en el ascenso, no por falta de aliento, sino para contemplar las magníficas vistas. Al adentrarnos en el recinto militar somos conscientes de que nuestro objetivo ya está cerca. Alcanzamos la cima. La entrada a la ermita presenta un magnífico aspecto. Por un día, hay bullicio y vida en el lugar. Son muchas las personas que, como nosotros, no se han dejado amedrentar por el cielo gris. El destartalado aspecto exterior de la ermita poco tiene que ver con su interior, que año tras año es cuidado con esmero por los devotos hijos de Torres.

Pasamos al interior y descubrimos una iglesia de planta rectangular, sin capillas laterales y con coro alto a los pies. Se cubre con techumbre plana decorada con casetones. Las paredes están decoradas imitando el despiece isódomo de sillería y, en la parte baja de las mismas, hay un zócalo pintado en trampantojo que imita madera. Preside la ermita un retablo decimonónico, de gran sencillez, que consta de tres calles separadas por columnas dóricas. En la central, aparece la talla de vestir de la Virgen; en la de la izquierda, un lienzo de San Pedro Apóstol, reconocible por sus atributos habituales: las llaves y el gallo; y a la derecha, una pintura de Santa María Magdalena, copatrona de Torres, cuya fiesta se celebra el 22 de julio. Ambas imágenes son de discreta calidad y presentan un deficiente estado de conservación. Más arriba de la calle central, sobre el entablamento, aparece una representación del Espíritu Santo rodeado de nubes con rayos luminosos, todo dentro del gusto barroco. En la parte superior, en un segundo cuerpo del retablo, a modo de ático, hay una pintura de San Miguel Arcángel, de similar factura a las otras pinturas, flaqueada por jarrones.

Completa la decoración de la ermita una estampa de la Virgen del Pilar, sendos cuadros del Sagrado Corazón de Jesús y de María, un viacrucis y un púlpito. No hay nada de interés en la ermita, su valor es el de la devoción y el del afecto que muchas personas profesan a este recinto. Antes de las once y media dio comienzo una Misa, con gran concurrencia de público y presidida por las autoridades de Torres.


Cuando acaba la Misa, la gente inicia el descenso hacia el río. Nosotros hacemos lo propio, pues queremos subir a la barca cuanto antes. Recordemos que el peligro de lluvia sigue ahí. Pero antes de tomar el camino, nos despedimos de la Virgen del Castellar. Puesto que no sabemos si necesitaremos de fuerzas sobrenaturales para el éxito de nuestro proyecto, por si acaso, decidimos encomendarnos a Ella, pidiéndole que la labor de VIDA ALAGONESA tenga continuidad por muchos años. Cruzamos a la otra orilla y, sin entretenernos más, empezamos a desandar el camino. Nos dicen que la última barca sale a las cuatro y media. Llegando, por fin, indemnes y secos, a Alagón, nos felicitamos porque ha vuelto a salir el sol. Pensamos entonces que tal vez nuestros ruegos a la Virgen han surtido efecto. Quién sabe. Lo único casi seguro es que al año que viene habrá que regresar. Lo hemos prometido.

Con este artículo iniciamos una serie dedicada a los pueblos de la Ribera Alta del Ebro. Desde nuestra creación, uno de los principales objetivos que nos hemos marcado es el de contribuir, a través del conocimiento de la historia, a la convivencia entre los ciudadanos de esta comarca y al sentimiento de pertenencia a una comunidad con personalidad propia, ubicada en el mundo moderno actual y con una voluntad firme de avanzar hacia el futuro.