sábado, 26 de noviembre de 2016

Muere José Iranzo, el jotero irrepetible que cantó en Alagón, París y Londres.

Fuente: CELAN

Esta última semana no ha sido una cualquiera, pues hemos asistido con profundo dolor a la desaparición de dos grandes personas pertenecientes al mundo de la cultura. Ambos tenían en común su sencillez, su humildad y el cariño que los vecinos de sus respectivas localidades les profesaban. A cada uno VIDA ALAGONESA dedica hoy un pequeño escrito de homenaje, dejando así constancia de nuestro respeto y admiración. El día 22 de noviembre nos dejaba a los 101 años D. José Iranzo Bielsa, más conocido como El Pastor de Andorra, el último gran cantador vivo de la edad de oro de la jota aragonesa. También ha sido el más premiado. Entre otras distinciones, recibió la Cruz de la Orden del Mérito Civil, el Premio Aragón, la Cruz de San Jorge de la Diputación de Teruel y la Medalla de las Cortes de Aragón. Todas las biografías de Iranzo han destacado su contribución a la internacionalización del folclore aragonés, que exhibió con orgullo por  los escenarios de medio mundo. Enrolado con el Grupo de Coros y Danzas de Teruel, actuó en importantes ciudades europeas, como Londres, París, Ámsterdam, Bruselas y Hamburgo; y americanas, como Nueva York, México y La Habana. Sin embargo, por esa misma humildad que mencionábamos antes, El Pastor de Andorra nunca hizo distinciones entre las grandes metrópolis y la más diminuta aldea de su tierra natal. Iranzo fue un entusiasta viajero que acudía siempre a donde le llamaban. Hasta su retirada no dejó de prodigarse en cientos de festivales, rondas y concursos a lo largo y ancho de la geografía aragonesa. Entre los lugares visitados por Iranzo figura Alagón y queremos aprovechar esta necrológica para dejar constancia del vínculo, por pequeño que sea, de este insigne jotero con nuestro pueblo.
El Pastor de Andorra vino a Alagón para participar en el prestigioso II Certamen Nacional de Exaltación y Homenaje a la Jota Aragonesa celebrado, como bien saben nuestros lectores, el 9 de septiembre de 1967 en la Plaza de Toros. En el jurado se contó con D. Demetrio Galán Bergua, D. Anselmo Gracia, D. Ángel Argota, D. Martín Sauras y D. Luis Latorre Pardo, a la sazón alcalde de Alagón. Los premios profesionales recayeron en D. Genaro Domínguez, de Fuendejalón; la catalano-aragonesa D.ª Carmen Cortés; y en el dúo formado por D. Ramón Naval y D.ª Carmen Cortés. En aficionados fueron premiados los cantadores D. Javier López Montenegro y D. Antonio Alquezar y las cantadoras D.ª Celia Sanz y D.ª María Jesús Navarro. En dúos, los ganadores fueron nuestra Celia Sanz y D. Néstor Pérez. Recientemente, en el homenaje que se celebró en honor de Celia Sanz y Germán Santabárbara, Luis Latorre nos dio a conocer la cuarteta alusiva que el andorrano cantó en dicho certamen. No se trata de su célebre Palomica, pero es realmente memorable. Vayan con ella nuestras más sinceras condolencias a la familia y a todo el pueblo de Andorra:
De las villas del Jalón,
Alagón la más hermosa,
que organiza festivales,
mejores que Zaragoza.

In memoriam: Carlos Sierra Pérez (1962-2016)

En la tarde del lunes 21 de noviembre falleció D. Carlos Sierra Pérez, una de las personalidades más destacadas que ha tenido la cultura alagonesa en las últimas dos décadas. Hubiéramos querido dedicarle en el día de hoy una extensa necrológica, pero a la hora de abordarla nos hemos topado con la dolorosa constatación de que no sabíamos demasiado sobre él. Las circunstancias nos impidieron conocer mejor a un hombre que VIDA ALAGONESA tuvo siempre por referente y que seguro hubiera apreciado mucho nuestra labor en pro de la cultura, a la que tanto amó y por la que siempre luchó. Lo que sí sabemos es que su paso por este mundo no ha sido en vano y que se ha marchado dejando una huella tan profunda que tardará en borrarse. Eran sobradamente conocidos en Alagón sus grandes méritos, esos de los que nunca presumió y con los que honraba a cuantos tuvieron la suerte de vivir a su alrededor. Fue un alagonero ejemplar, un buen padre y un solícito esposo, pero su vida no se puede resumir en tres palabras. Él fue mucho más y en estos momentos tristes no conviene olvidarlo.

Nacido en Alagón en 1962, Carlos Sierra se debatió durante la gran parte de su vida entre dos identidades, sin que ninguna de ellas pudiera eclipsar a la otra. A un tiempo panadero y poeta, la profesión y la pasión unidas en perfecta armonía. El oficio que le daba de comer lo llevaba en la sangre, pues le venía de familia. Había sucedido a su padre al frente de uno de los negocios con más solera de Alagón, sito en la céntrica calle de Ramón y Cajal. Famosas eran sus especialidades de repostería y, por supuesto, su pan, elaborado con esmero en un horno de leña del siglo XIX. Y no podemos olvidar las tortas de  Jueves Lardero, que eran muy demandadas por los alagoneros. Otro de los méritos de Carlos es que supo hacer pedagogía y divulgar entre los más jóvenes el valor de su oficio, para que supieran apreciar la dieta mediterránea y los saberes tradicionales  transmitidos de padres a hijos. Seguro que el primer recuerdo que muchos alagoneros tienen de Carlos Sierra es precisamente el de la visita que en edad escolar realizaron a su panadería. La muerte de Carlos marca el final de una época. La villa del buen pan lo es cada vez menos. Nuestro pan, antaño seña de identidad, está en trance de desaparición. Una realidad que a ningún alagonero le es indiferente. El día de la Virgen del Castillo, el rabadán de nuestro dance lo expresaba así:

Somos el pueblo del pan
como dice la canción;
ahora solo hay un panadero
en la villa de Alagón.
Sin embargo, el nombre de Carlos Sierra siempre estará vinculado a la poesía. Desde muy joven empieza a frecuentar los círculos literarios aragoneses, que a finales de los setenta y principios de los ochenta vivían un periodo de renovada vitalidad al calor de la recién estrenada democracia. No le importaba hacer muchos kilómetros, hasta el Monasterio de Veruela o Barbastro, con el fin de alimentar la llama poética que le consumía por dentro. Sus aptitudes, su simpatía y su entusiasmo le permiten entablar amistad con algunos de los mejores representantes de nuestras letras. Entrar en un grupo tan cerrado y exclusivo no habría sido fácil para cualquiera de nosotros. Sí lo era, en cambio, para Carlos Sierra, el cual llegó a ser muy reconocido en una profesión que no le consideraba un intruso, sino uno más. De hecho, fue socio de la Asociación de Escritores Aragoneses. Su crédito personal le permitió traer a Alagón a personalidades de la talla de Gloria Fuertes, José Hierro y José Luis Corral.

En 1979, su amigo Mariano Castillo, gran artista de Grisén, le presenta al poeta Ángel Guinda, al que conocía porque además de escritor era maestro en aquella localidad de la Ribera Alta. Guinda mostró interés por los poemas de Carlos, así que quedaron en verse para compartir impresiones. De las sucesivas charlas surgió una amistad construida sobre sólidos cimientos, de la que daban público testimonio cada vez que coincidían en las exposiciones de su amigo común o en los distintos encuentros literarios  a los que ambos asistían. Precisamente en uno de estas reuniones, concretamente en el primer encuentro de poetas aragoneses que se realizó en Muel, Carlos conoce de la mano de la poetisa Ángela Ibáñez a Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, 1927-Zaragoza, 2005), el artista y literato que habría de "cambiar los conceptos que tenía él de la poesía", como años después reconocería. Fernández Molina se refería a su amigo de Alagón en estos términos: "Me honra la amistad del joven poeta Carlos Sierra. Este buen amigo tiene como ocupación, para atender las necesidades de los suyos, el trabajo de panadero en Alagón. También fue panadero Pío Baroja durante una etapa de la primera madurez de su juventud. He tenido la fortuna de comer el noble pan de Carlos Sierra y otros productos elaborados en su horno, con una entrega artesana dónde conviven en familiaridad las simientes de la sensibilidad poética."


Luego vendrán los libros de poemas. A principios de la década de los noventa Carlos publica una tetralogía, que se inicia con Del silencio al olvido. A este poemario le seguirán Inquieta soledad, dedicado a su hija Alicia y Semillas de luna en flor. Y en 1993 aparece Otoño torrencial, que será su cuarto y último libro publicado. Del apartado artístico de Otoño torrencial se ocupó Mariano Castillo, que firmó la portada y el dibujo.

Carlos fue asiduo al Café Riga de Alagón, donde un grupo de alagoneros imbuidos de su misma pasión por la cultura fundó la llamada Tertulia de los Trece. El fue miembro destacado de la tertulia, que se reunía el día 13 de cada mes, ya fuera festivo o entre semana, para hablar de libros, compartir experiencias y poder leer las obras que ellos mismos escribían. En ella participan mentes inquietas de nuestro pueblo como  Carlos Adé, Ana Beltrán, Milagros Higueras, Mariano Ríos, Aurora Loscos y sus hijas, Alba Higueras y el ilustre Carmelo Sobreviela, entre otros. En ella también se dan cita nombres de la cultura foránea como Antonio Fernández Molina y David Giménez Alonso, agitador cultural de Remolinos y  actual comisionado de arte en el proyecto enLATAmus. Tan solo dos temas estaban vetados: la política y el fútbol. A modo de anécdota, cuentan sus protagonistas que el cumplimiento de esta norma no escrita se hacía especialmente difícil cuando se celebraban grandes eventos deportivos como el Mundial.
De este contexto tan especial nacerá Laberinto, un empeño personal de Mariano Ríos y de Carlos Sierra que se convertirá en la brillante culminación  de toda la trayectoria cultural previa de este último y a la postre, sin que él pudiera saberlo, en su testamento vital y literario. Mientras que Carlos hacía las funciones de director, en el equipo de redacción se encontraba su mujer Alicia Arie y el propio Mariano Ríos. El primer número de Laberinto, revista de cultura y opinión,  ve la luz en un acto público de presentación celebrado en la Biblioteca Municipal, siendo alcaldesa D.ª Paz Latorre. El nombre de la revista fue una idea que nació en la Tertulia de los Trece. Con ella se quería hacer referencia al carácter sinuoso y plural de la cultura, en  la que no existen ni verdades absolutas ni un único camino, sino que hay tantos como cada cual desea transitar. Esta idea de la cultura como laberinto la concretaron los editores de dos formas. En primer lugar, quedó plasmada en un lema que, número tras número, proclamaba en la primera página el espíritu abierto e inclusivo de la publicación: "Revista que se edita en la comarca Ribera Alta del Ebro. Para todo el mundo". En segundo lugar, se materializaba en un principio que los editores consideraban irrenunciable. No excluirían a nadie que quisiera participar en la revista; por ello se abstendrían de valorar o criticar el trabajo personalísimo que cada autor escribía. Asimismo, establecieron una línea roja que los contenidos de su revista no debían cruzar: jamás atentarían contra la dignidad de personas e instituciones. En todo contaron con el apoyo inestimable de Antonio Fernández Molina. El poeta avala, apadrina y orienta la revista desde su segundo número, involucrando en el proyecto a amistades suyas de gran prestigio como Fernando Arrabal, Camilo José Cela, Pilar Quirosa-Cheyrouze, Magdalena Lasala, Ángel Guinda, Emilio Gastón, Raúl Herrero, Ángela Ibáñez, etc. Todos ellos colaborarán de forma desinteresada cediendo tanto obra editada como inédita.

La labor cultural que realizaba Laberinto a través del papel se complementaba con esa suerte de base de operaciones o sede social en que se convirtió el Bar Riga, donde se organizaban exposiciones artísticas y otras actividades, pero tratando siempre de acercar la cultura al gran público.

Hablar de todo proyecto cultural exige conocer cuáles fueron los apoyos con los que contó. Si bien el mundo de la cultura se volcó con Laberinto desde el primer momento, no podemos decir lo mismo de las instituciones locales. Solo al final, nuestro Ayuntamiento se dignó a la adquisición de algunos ejemplares para depositarlos en los edificios municipales, como la Biblioteca, en cuya sección de revistas se pueden leer todavía hoy. Sin embargo, el compromiso no fue constante en el tiempo, amén de que se compraron menos ejemplares de los que hubiera sido deseable. Nunca quisieron solicitar subvenciones públicas como forma de salvaguardar su independencia, conscientes de que el poder les podía imponer una línea editorial. De quienes tampoco se recibió suficiente apoyo fue de los establecimientos zaragozanos que la distribuían, pues no lo hacían por amor al arte y exigían una contrapartida. Por el contrario, la recepción de la revista por parte de los vecinos fue inmejorable. Tuvo éxito de ventas y además logró que muchas personas de todas las edades se animaran a la creación literaria. Laberinto mereció la pena, porque contribuyó a despertar conciencias y ejerció un valioso magisterio sobre la juventud deseosa de cultura de la Ribera Alta del Ebro. Incluso chicos de diez años se ponían en contacto con Carlos y Mariano para ofrecer su trabajo, que estos naturalmente aceptaban.

Todas las revistas literarias tienen fecha de caducidad y sus promotores lo sabían, pero el final de Laberinto no fue el que quizá se merecía. El coste de la revista y la soledad del equipo de redacción, unido a la pérdida de la ilusión de los primeros tiempos, hizo aconsejable una pausa. Carlos se propuso alcanzar los trece números, un número simbólico que rendía homenaje a la tertulia donde todo había empezado. Puesto que había demanda, estaba previsto retomar la revista más adelante. Sin embargo, este deseo no llegó a hacerse realidad y el número 13 fue el definitivo.

Fuente: Facebook
Cuando Carlos se hallaba en plena madurez creativa y saboreaba la vida a pequeños bocados, sus ilusiones, y con ellas la felicidad de su familia y sus amigos, se truncaron de golpe. Cuando lo supimos, los que le apreciábamos contuvimos la respiración, anhelando que todo quedara como un mal recuerdo. No pudo ser. Detrás estaba la dura enfermedad, una enfermedad larga y cruel contra la que se batió en lucha desigual hasta acabar completamente con sus fuerzas. El mal le obligó a dejar su profesión, pero nunca pudo acabar con su pasión. Carlos escribió hasta el último momento, pues sabía que una parte de él quedaría para siempre en cada verso, en cada estrofa, en cada metáfora. Su mente permanecía admirablemente lúcida y solo pensaba en ella. No en la Parca, que no se merece alimentarse de nuestro miedo, sino en Alicia, a la que dejaba viuda demasiado pronto. El pasado lunes, Carlos Sierra Pérez abandonaba este mundo para hacerse inmortal. El panadero trovador daba paso al mito. Cuando muere una persona joven, siempre parecen adecuadas las palabras de nuestro gran poeta Miguel Hernández en su nunca superada Elegía a Ramón Sijé, la cual representa, junto a las Coplas de Manrique, una de las cimas de la literatura fúnebre española:
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

Fueron muchos los alagoneros que quisieron darle el último adiós el día 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, que además de patrona de los músicos lo es de los poetas. En el exterior de la iglesia llovía con fuerza. Quizá sea propio de malos escritores repetir siempre las mismas ideas, pero tienen razón los que dicen que el cielo lloraba. Habría que añadir que las gotas eran las lágrimas que se deslizaban por la mejilla de la santa romana, que se une al duelo por la muerte de aquellas personas que más la han glorificado a través de la pluma. Desde VIDA ALAGONESA queremos expresar nuestras condolencias a la familia y también un deseo. En nuestro pueblo se celebran desde hace unos años los Encuentros de Poesía "Villa de Alagón". En su II edición, que tuvo lugar en enero de 2015, estaba prevista la participación de Carlos, pero la enfermedad ya entonces se lo impidió. Sus compañeros de cartel tuvieron palabras de ánimo y desearon su pronta recuperación. Casi dos años después, siendo que Carlos Sierra es el alagonero que, indiscutiblemente, más ha hecho por la poesía, parece razonable que este encuentro anual lleve a partir de ahora su nombre. Creemos que es el mejor reconocimiento (aunque póstumo) que nuestro Ayuntamiento puede otorgarle. Nos gustaría que se atendiera esta petición, confiando en que logre ablandar el corazón de los que nos gobiernan. Mientras tanto, la mejor forma de concluir este homenaje es recuperando uno de los  muchos poemas que escribió Carlos. Hemos seleccionado el que lleva por título Dejad, que apareció en el nº 8 de la revista Laberinto y se publicó después en Etilírica, un librito editado en 2015 por Ediciones del 4 de agosto en colaboración con el Ayuntamiento de Alagón. Escrito en un momento de felicidad en lo personal y de plena actividad en lo creativo, sus metáforas adquieren tras su muerte un nuevo significado. Sería un precioso epitafio.

Dejad que me cubra la noche.
Dejad que las sábanas
sean la mortaja,
donde descansen todos mis días.

Dejad que hable el viento.
Dejad que las palabras,
los verbos, la razón, se escape
a través de mi garganta.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Un silencio antiguo y amargo.

El próximo día 22 de noviembre es la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos, y para celebrarlo VIDA ALGONESA quiere hacer un pequeño homenaje a la tradición musical de nuestro pueblo. Sobre la música en Alagón se han dicho no pocas inexactitudes, que ahora es preciso matizar. Es sabido que contamos con grandes músicos, con una excelente Banda de Música, con dos grupos de canto coral y con un folclore que goza de gran vitalidad, como pusimos de relieve en nuestro artículo sobre Celia Sanz y Germán Santabárbara. Sin embargo, en Alagón no es oro todo lo que reluce. Se ha dicho un tanto a la ligera que vivimos una época de esplendor musical sin precedentes o que en Alagón vivimos la música con un entusiasmo especial. Tal vez cualquier tiempo pasado fue peor, pero en nuestro caso no ha sido así. Y es que Alagón ha sufrido un retroceso o empobrecimiento musical de gran magnitud. Lo cierto es que fuimos durante siglos un pueblo de órganos, el instrumento rey, y de organistas, aunque de ese pasado ya no queda nada. De los cinco órganos que, como poco, llegamos a tener, ninguno está en uso. Unos destruidos, otros trasladados y el de la parroquia abandonado. ¿Acaso puede haber algo más triste para un instrumento concebido para crear música que ser silenciado durante décadas? En Alagón la música de órgano ha sonado durante cinco siglos sin interrupción, pero hoy de las iglesias de Alagón se ha apoderado el silencio más amargo, un silencio antiguo que nadie se ha atrevido a cuestionar. Como interesaba más la música popular y el folclore, nos hemos olvidado por completo de este brillante episodio sonoro. Y ni las autoridades políticas ni las religiosas han mostrado interés real en restaurar nuestro patrimonio musical, a pesar de las cuantiosas subvenciones que la DPZ ha destinado desde los años ochenta a tal fin. No podemos comprender cómo un pueblo que presume de buenos músicos haya podido permitir esta situación. Y así nos ha ido, que mientras en muchos pueblos de la provincia se realizan todos los años conciertos de música clásica con concertistas de prestigio internacional, en Alagón seguimos empeñados en darle la espalda a Bach y a Haendel y lo que es peor, a nuestra propia historia. Tampoco nadie ha querido acordarse de nuestros organistas, algunos de los cuales llegaron a ser destacados músicos. En Alagón nacieron organistas de la talla de Pablo Nasarre, el mejor tratadista musical del Barroco español, o Miguel Arnaudas, cuya obra continúa en su mayor parte inédita para el público actual. Por no hablar de D. José María Berdejo, que fue infantico como Arnaudas y que en la actualidad mantiene viva la gloriosa tradición de los organistas de Alagón desde su condición de Director de Música de las Catedrales de Zaragoza. Siempre hemos creído que, de restaurarse el órgano de la parroquia, debería ser él el encargado de hacerlo sonar por primera vez. En el presente artículo, trataremos de reconstruir la historia y las desventuras de los órganos de las iglesias de Alagón, con la esperanza de que algún día, no muy lejano, la música de órgano vuelva a sonar en nuestro pueblo. No solo sirve para dignificar la liturgia católica, sino que es parte esencial de la oferta cultural de calidad que todos nos merecemos y que en última instancia puede contribuir al desarrollo turístico de la localidad.
Sabemos que el órgano de la iglesia de San Pedro fue construido antes de 1543-1554, ya que en ese lapso de tiempo pudo ser visto por el arzobispo D. Hernando de Aragón en una Visita Pastoral que realizó a nuestra parroquia. A juzgar por las palabras que dejó escritas el prelado zaragozano, el instrumento debió de causarle una grata impresión, pues dijo que era un órgano "bueno". La utilización de este adjetivo no es gratuita y demuestra la calidad que tenía el órgano, dicen incluso que a la altura del de San Pablo en Zaragoza, puesto que D. Hernando, cuando se encontraba con un órgano a su juicio inferior, no dudaba en dejar constancia de ello. Así por ejemplo, el órgano de Santa María de Ejea de los Caballeros es calificado de "decente". El siguiente capítulo importante de la historia de este órgano tuvo lugar el 22 de julio de 1772, cuando la caída de un rayo le causa graves desperfectos. Tuvo que rehacerse el arco y el hueco del órgano, desmontarse el antiguo instrumento y montarse de nuevo por el organero Tomás Sánchez, aprovechando para ello parte de la tubería original del siglo XVI. El nuevo órgano fue recibido y dado por bueno por el organista de Épila, Juan Gutiérrez. De esta reforma procede la caja actual. De factura neoclásica, está organizada a modo de retablo, con tres calles flanqueadas por pilastras y rematadas en frontón. En el siglo XIX sufrió alguna reforma para adaptarlo a los nuevos gustos románticos, pero mantuvo su singularidad primigenia. El órgano se mantuvo en uso hasta bien entrado el siglo XX, utilizándose profusamente en la liturgia preconciliar, como bien recordarán los alagoneros que vivieron su infancia en los años cuarenta o cincuenta del pasado siglo. Uno de esos niños fue D. Antonio Esaín Escobar, quien mucho tiempo después rememoraría esta etapa de su vida en su miscelánea local Nuestra infancia en Alagón. En este libro, que constituye un valioso testimonio histórico, Esaín evoca un ambiente musical muy distinto al actual: "Bajo la dirección de Mosén Félix Lacambra, coadjutor de la Parroquia y organista del templo, estudiábamos nociones de solfeo y cantábamos gregoriano, durante la Misa solemne de los festivos que se celebraba sobre las 11 horas. Daba gusto ver cantar desde el Coro de San Pedro el Credo III y la Misa de Angelis, alternando las voces de los adultos y las de tono soprano de los niños que éramos entonces".  Prosigue su relato recordando que "había que aprender a manejar un manubrio que insuflaba aire al órgano de la iglesia y que se movía a turnos, mientras Mosén Félix manejaba diestramente el teclado y los registros". En las últimas décadas, el órgano ha dejado de ser bien visto por parte de los distintos párrocos que ha tenido Alagón y la música sacra ha dejado de sonar, hasta ahora. Años de abandono han debido de hacer mella en el instrumento, muy sensible a la suciedad, el polvo y la acción de roedores e insectos. Como paso previo a su futura e irrenunciable restauración, habría que realizar un estudio técnico que detectara las distintas patologías que puede presentar así como los trabajos que son necesarios para su puesta a punto. Por último, debemos mencionar que la parroquia tuvo un armonio, que actualmente se guarda en la capilla de Santa Ana.
El órgano de la iglesia de San Antonio pudo construirse a mediados del siglo XVIII, que es cuando se acomete la decoración escultórica y pictórica del interior del edificio. Cuentan que musicalmente no era un órgano muy bueno, pero su magnífica caja rococó merece un comentario aparte. Se ubica sobre las capillas laterales, en el segundo tramo de la nave desde los pies. La mazonería se estructura en cinco calles, como era frecuente en los órganos de tamaño mediano de la época. La caja, que se decora con espejos de rocalla, representa un hito sin parangón entre los órganos conservados en la provincia, pues ejemplifica como ningún otro las pretensiones escenográficas y la grandilocuencia estética y espacial del órgano barroco. En otras iglesias el órgano se nos muestra como un aditamento prescindible, como un añadido al edificio relegado a una tribuna alta a los pies. En San Antonio, en cambio, el órgano se concibe como un elemento armonioso que se mimetiza a la perfección con el resto de la iglesia. La belleza de su caja no sirvió sin embargo para evitar la destrucción del que probablemente sea el órgano más maltratado de cuantos han existido en Alagón. En la aciaga noche del 18 al 19 de julio de 1936 -según la versión oficial- un grupo de incendiarios, aprovechándose de la incertidumbre reinante en los primeros momentos de la sublevación militar, irrumpen en la iglesia de San Antonio y le prenden fuego. Sobre el alcance real de los daños que este incendio causó existe gran controversia, puesto que la exactitud de las fuentes que existen sobre los hechos es más que dudosa. El principal testimonio escrito de que disponemos lo proporciona la nada imparcial Junta de Agravios, constituida en abril de 1937 bajo la presidencia del alcalde Gregorio Vera Ilundaín. La primera actuación de esta Junta fue elevar al Gobernador Civil de la provincia un acta en la que se informaba de los daños causados por las llamadas "hordas marxistas". Esta acta se estructura en varios puntos, cada uno de los cuales se refiere a elementos concretos de la iglesia: el altar mayor, la sacristía, los adornos de madera... Para nuestro estudio tiene especial relevancia el apartado 3º, que dice: "Completamente destruido el grandioso órgano, fundidos sus tubos metálicos y trompetas".  La rotundidad con la que se expresa la destrucción del órgano, con el uso del adverbio completamente, debe ponerse en cuarentena. Y es que resulta casi del todo improbable que los pirómanos de 1936 tuvieran tiempo de fundir los tubos del órgano en unas pocas horas. Esta apreciación se ve reforzada por algunos testimonios orales, que nos dicen que muchos años después de la contienda se conservaba todavía gran parte de la tubería y, por descontado, de la mecánica y el teclado. La pérdida definitiva del órgano de San Antonio fue obra de aquellos que estaban al frente del cuidado de la iglesia, que decidieron malvender los tubos, de madera, plomo y estaño, por lo poco que pudieran obtener por ellos, una vez rebajados a la condición de chatarra. En la fachada del órgano subsistieron, y todavía pueden verse en la actualidad, como testimonio de lo que llegó a ser en su época de esplendor, unos pocos tubos canónigos, que eran aquellos tubos de madera pintada cuya función era meramente decorativa. La historia del órgano de San Antonio no acaba aquí, pues todavía faltaba por escribirse el último capítulo de su historia, que por increíble, es acaso tan doloroso o más que los anteriores. En 1997 el templo quedaba definitivamente restaurado después de varios años de colaboración entre la Diputación Provincial y el Ayuntamiento. Quizá fuera por el agotamiento de los fondos municipales o por considerar otros objetivos más prioritarios, pero en 1997 nadie se acordó del órgano. Su desdichado silencio seguía sin hallar consuelo. Y cuando años después parecía que por fin el órgano iba a recobrar su carácter y su sonoridad, llegó otra decepción. Conviene acudir a la hemeroteca para recordar que en octubre de 2010 (no hace tanto) una esperanzadora noticia saltaba a la prensa local: Convenio a tres bandas para restaurar el órgano de San Antonio. Resulta que el alcalde D. José María Becerril firmó en el antiguo Salón de Plenos de la DPZ un acuerdo de colaboración (muy ventajoso) con el Arzobispado de Zaragoza y la Diputación, de forma que el ente provincial asumiría el 60 por ciento del coste de la restauración y nuestro ayuntamiento tan solo aportaría ¡16.635,10 euros! Nadie puede decir a la luz de estos datos que fuera un convenio oneroso para el bolsillo de los alagoneses. Sin embargo, seis años han pasado desde entonces y el órgano sigue sin restaurar. Los españoles tenemos fama de tardar demasiado en ejecutar las obras, pero esto sobrepasa con creces aquel manido estereotipo. Se trata de un convenio que ni se cumplió ni se cumplirá. Como potenciales beneficiarios de la restauración del órgano que éramos todos los alagoneses deberíamos exigir una explicación. Lástima que nuestro alcalde no sea el gran Pepe Isbert.
Siendo San Juan convento de religiosos agustinos descalzos, sabemos que dispuso de un buen órgano, pero del que apenas se tienen noticias. Aquí ofrecemos un dato inédito que puede contribuir a mejorar el conocimiento que tenemos de este instrumento. Su construcción la hemos datado en los primeros años del siglo XVII y atribuido al maestro de hacer órganos Cristóbal Fernández de Heredia, que en 1611 lo encontramos viviendo en Alagón. La existencia de un organista en Alagón ha pasado prácticamente desapercibida. Sin embrago, de ella ya dio cuenta hace casi cuarenta años D. Pedro Calahorra Martínez en su obra Música en Zaragoza, tras una minuciosa consulta de los fondos del Archivo Histórico Provincial. Allí se conservan unos documentos que nos han permitido realizar la atribución del órgano de San Juan de Alagón a Fernández de Heredia. En efecto, sabemos documentalmente que el organero de Alagón firmó concordia notarial con los frailes de San Agustín, no sabemos de qué localidad y probablemente para la construcción de un órgano. Aunque no podemos afirmarlo fehacientemente, no resulta descabellado aventurar que esos frailes fueran los religiosos de Alagón. Seis años antes se habían instalado en la villa, y llegado el momento de encargar la construcción de un órgano, qué mejor que ponerlo en manos de un maestro que vivía en la misma localidad, evitando así las incomodidades y demoras que supondría encargárselo a un organista de otro lugar. Este órgano fue desmantelado como consecuencia de la exclaustración del convento en la Desamortización de Mendizábal (1836). Los Misioneros del Corazón de María (claretianos), instalados en el edificio a partir de 1875, debieron suplir su desaparición con la adquisición de un armonio, más barato y de dimensiones más reducidas que un órgano de tubos.

La flecha amarilla indica la ubicación del antiguo órgano del Castillo.
La ermita de la Virgen del Castillo también contó con un órgano hasta fechas recientes. En 1977, el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza D. Gonzalo Borrás Gualis todavía pudo ver in situ este órgano y dejar constancia de su existencia en el Inventario artístico del arciprestazgo de Alagón, realizado ese año pero publicado mucho tiempo después. Borrás nos dice que el órgano estaba decorado con arquitecturas del siglo XIX. Debió construirse para remplazar al que probablemente existió antes de la destrucción causada por los franceses en la Guerra de la Independencia. Su estética sonora la suponemos romántica, como corresponde a la moda del momento de su construcción. El instrumento debió desmantelarse poco después de la visita de Borrás, en la última gran (y desafortunada) reforma que sufrió el templo. La reforma no solo afectó al exterior de la ermita, donde se derribaron las construcciones anejas que daban a la plaza, sino también al interior, eliminándose elementos decorativos y litúrgicos tales como el púlpito, la reja del altar mayor o el órgano. Este último se ubicaba en la parte derecha de la nave, junto al coro, en el lugar donde se expone actualmente al culto el Cristo crucificado del siglo XVII de nuestra Semana Santa. Detrás del órgano se levantaba una pequeña habitación, desaparecida en la actualidad, donde se encontraban los fuelles, la maquinara y todo cuanto fuese necesario para el buen funcionamiento del órgano, que hace siglos no estaban electrificados, por lo que se necesitaba el concurso de los manchadores, que era como se conocía en Aragón a las personas que movían los fuelles del órgano. De este antiguo cuarto quedan varios testimonios materiales. Puede apreciarse en viejas fotografías, como la que publicamos arriba, donde lo vemos a la izquierda del acceso a la iglesia; y también en los planos anteriores a la reforma, como el de arriba, donde hemos resaltado dicho anejo en naranja; mientras que con una flecha amarilla se indica la ubicación del órgano en la nave. También en el edificio han quedado huellas. Si nos acercamos a la Plaza del Castillo y nos situamos frente a la ermita, podremos ver entre el primer y el segundo contrafuerte, empezando por los pies del templo, el antiguo arco de medio punto que cobijaba al órgano, hoy cegado con ladrillos. En el interior del templo, la marca de ese arco se aprecia con menor nitidez, pero también es visible a simple vista.
 Según fuentes consultadas por VIDA ALAGONESA, los tubos de este órgano se guardaron en el cubículo situado bajo la escalera por la que se accede al coro, pero desconocemos si en la actualidad siguen ahí. La supresión del órgano de la ermita, seguramente "porque molestaba", fue un grave error y pone en evidencia la incultura y el desprecio con el que este pueblo ha tratado a una parte importante de su historia musical.
Por último, aunque no por ello menos importante, debemos hacer mención a la desaparecida iglesia del Convento de religiosas franciscanas de la Purísima Concepción. En su interior no se guardaban bienes artísticos de especial interés, pero sí lo tenía un magnífico órgano construido en la segunda mitad del siglo XIX o en los primeros años del siglo XX por el prestigioso taller zaragozano de la familia Roqués. La fecha exacta de la construcción nos es desconocida pero, en cualquier caso, es seguro que tuvo lugar antes del año 1911. La familia Roqués ocupa un lugar importante en la historia de la organería española por la calidad y abundancia de su producción, así como por haber logrado conciliar satisfactoriamente la tradición del órgano ibérico del Barroco con el nuevo gusto romántico que se había impuesto en la Europa decimonónica. El historiador local D. Manuel Serrano Villalba ha confirmado a VIDA ALAGONESA que este órgano no corrió la misma suerte que el malogrado convento que lo albergaba y no fue destruido, como cabía suponer en un primer momento. Afortunadamente, el órgano fue trasladado a otra iglesia con la intención de darle un nuevo uso y aunque no sepamos cuál fue el destino de este valioso instrumento, no nos resulta difícil intuirlo. Puesto que el edificio pertenecía a la orden religiosa y no a la diócesis, es muy probable que el órgano se desmontara con destino a un convento de esa misma congregación. Sería conveniente seguir en el futuro con estas pesquisas hasta dar con el paradero actual de esta joya musical salida a hurtadillas de nuestro pueblo en los años del Desarrollismo urbanístico. Este sería un primer paso para logar moralmente la reparación de un grave atentado contra el patrimonio histórico del que todavía hoy nos lamentamos los alagoneses.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Ha sido presentado un nuevo número de la revista "China Chana".

La Peña Sajeño-Alagonesa de Alagón, en el marco de las Jornadas Culturales que se van a prolongar durante todo el mes de noviembre, ha presentado el último número de su revista-boletín China Chana. La publicación, que este año alcanza ya su número 23, está dedicada a un feliz acontecimiento: el trigésimo quinto aniversario del nacimiento de la peña. En el editorial se recuerda que la peña "empezó en un pequeño local, con 18 personas. Treinta y cinco años después somos 195 socios y, nuestra sede, es un precioso caserón de finales del siglo XV y principio XVI, con una maravillosa bodega". 

En páginas interiores, bajo el título Un pequeño homenaje, se reproduce un escrito que fue publicado en China Chana nº 9, en el XX Aniversario, por D. Antonio Vallano. En él toma la palabra por primera vez un personaje insólito y estelar, que ha sido testigo silencioso de la historia de Alagón y guardián fiel del hermanamiento entre Alagón y Sax. Este no es otro que Casa Climent, el magnífico edificio de la calle Jota Aragonesa, que tanta admiración despierta entre los que la visitan por primera vez. Desde esta original perspectiva, Vallano recordaba el nacimiento de la Casa, cuando sus primeros moradores la habitaron; para después entristecernos con el relato de los momentos más aciagos de la ilustre mansión. "Como todo el tiempo pasó y fui quedando relegada al olvido, la ruina se fue apoderando de mis tejados, de mis paredes...". Por último, se abre paso la esperanza y una nueva vida, un renacer. La Peña Sajeño-Alagonesa volvió a llenar de ilusión y calidez humana sus estancias. "Fueron vuestras manos las que me reconstruyeron, acariciaron, dieron nuevas formas, fueron vuestras risas, vuestros proyectos los que rejuvenecieron mi espíritu cansado". Un bonito escrito que ha sido todo un acierto recuperar.


Sin perjuicio de lo anterior, y como viene siendo habitual, sus contenidos no tienen carácter monográfico, puesto que se ocupan de muy diversos y variados temas, que comprenden desde las ciencias sociales hasta la literatura pasando por la gastronomía, un campo, este último, que siempre ha sido muy mimado por la Sajeño, pues así lo incluyeron en sus propios Estatutos. Dª Paqui Agulló firma Sensaciones, todo un canto a la amistad en el que recuerda el viaje que los gigantes y cabezudos de Alagón hicieron el pasado día 24 de septiembre hasta Sax. Este hecho también ha sido destacado por el alcalde del municipio alicantino, D. José María Espí Navarro, quien en su escrito afirma que fue "el mejor desfile de Gigantes y Cabezudos que se había visto en Sax".  D. Pedro Martínez Ganga es el autor de Hablando en Sajeño, un texto que en el que se inserta el extenso poema narrativo y dialogado Las lágrimas de San Blas. D. Luis Casanova Villagrasa transcribe el artículo publicado por D. Alberto Lasheras en la revista "Desde Monegros", sobre la vinculación del linaje de los Alagón con la Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes, ubicada en dicha comarca aragonesa. Esta cartuja, la primera de Aragón, fue fundada por el XII señor de Sástago, D. Blasco de Alagón y su segunda esposa D.ª Beatriz de Luna. En la iglesia del cenobio reposaban los restos de su hijo D. Artal. A tal efecto, se mandó construir un magnífico sepulcro con la imagen yacente del difunto. En el frontal aparecía el escudo del caballero, que resulta de la fusión de los de las casas de Luna y Alagón. Tras la Desamortización el sepulcro desapareció y de él no conservamos ningún fragmento. Tan solo el dibujo que abajo reproducimos, extraído del mencionado artículo, y cuyo original está custodiado en el Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona).

Ocupa las dos páginas centrales de la revista el emotivo elogio fúnebre que D. Luis Nogueras Samper dedica a su amigo D. Ángel Morales Becerril. Descanse en paz, el infatigable, entusiasta y Ejemplar peñista, cuyo recuerdo permanecerá siempre vivo en la terraza de la casa, que por decisión de la Asamblea General lleva desde este año el nombre de "Terraza de El Abuelo". Junto con los distintos escritos que hemos ido mencionado, la revista incluye asimismo numerosas fotografías a todo color, entre las cuales queremos destacar algunas de archivo de los primeros años de la peña, y que, a buen seguro, despertarán numerosos recuerdos y emociones a los que allí estuvieron. Escribe unas líneas la Comparsa de Alagoneses, que en 2020 celebrará su cincuenta aniversario, con las que quieren hacer partícipe al pueblo de Alagón de esta importante celebración, para la que se ha confeccionado un programa de actividades y eventos.


En la última página, Pastelería Riba nos deleita con la receta de las célebres Tortillas de Alagón, un postre imprescindible de nuestra gastronomía. Asimismo aparecen unos breves apuntes en los que se cuenta la historia de este exquisito manjar; no nos resistimos a reproducirlos para que queden aquí consignados: "[...] Se servirán como complemento a una comida o como agradecimiento de un servicio a algún eclesiástico. Aparecen documentadas desde 1851 en las fiestas de San Antonio. Así se enviaron al predicador: 12 TORTILLAS con almíbar. El Excmo. Sr. D. Casimiro Morcillo, arzobispo de Zaragoza entre 1955 y 1964, al degustar en nuestro pueblo tan delicado postre, en una Visita Pastoral a Alagón exclamó complacido: nunca había comido algo tan delicioso". 

No queremos olvidarnos tampoco de la magnífica portada que abre este número de China Chana. Se ha elegido en esta ocasión el cartel realizado por D. José María Martínez Antolín para conmemorar el 35 aniversario de la Peña Sajeño-Alagonesa y también dos fotografías que muestran la comparativa entre el estado de la casa en los primeros tiempos, con la fachada sin restaurar, y el magnífico aspecto que presenta en la actualidad. Ya es todo un clásico que, de fondo, los editores elijan poner la bandera (oficial e institucional) de Alagón. Se agradece de vez en cuando este amor hacia nuestros símbolos, los que nos unen y nos representan, máxime si tenemos en cuenta que ni siquiera nuestro propio ayuntamiento es capaz de tener expuesta (por no decir ondeando) la bandera local en el balcón de la Casa Consistorial, del que sin previo aviso se retiró en las pasadas fiestas de junio para no volver ya. Queremos acabar este escrito felicitando a la Peña Sajeño-Alagonesa por su aniversario y deseándoles muchos más, algo que parece asegurado, dada la incorporación de jóvenes peñistas en los últimos años.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El turismo de cementerios, una actividad en alza.

Acabamos de celebrar la solemne festividad de Todos los Santos y, como manda la tradición, han sido muchas las personas que se han acercado estos días hasta el cementerio municipal de Alagón. Para muchos, esta es la única ocasión de todo el año en la que pisan estos recintos, que creemos gozan de muy mala fama en el siglo XXI. En la sociedad actual  la muerte es un tema tabú y siendo los cementerios su máxima representación, nos da la impresión de que se les ha dado la espalda a estos lugares, ignorando su valor intrínseco y desconociendo por completo su historia y las tradiciones a ellos asociadas. Una mentalidad diametralmente opuesta a la de los escritores románticos, los cuales se sintieron fascinados por la misteriosa atracción y el poder evocador de los cementerios, o a la de nuestros antepasados, que vivían y sobrellevaban el hecho de la muerte con mayor naturalidad. Afortunadamente esta errónea forma de relacionarse con los cementerios está empezando a cambiar. Cada vez son más personas las que valoran los cementerios como un interesante bien cultural. Son personas con estudios universitarios, reflexivas, cosmopolitas y con una mayor sensibilidad hacia el arte, con independencia del contexto en el que se encuentre. No vamos a negar que los cementerios son eminentemente lugares de recuerdo, en los que se tiene muy presente a personas que ya no se hallan entre nosotros. Pero debemos reconocer que los cementerios también son espacios de arte, historia y patrimonio; por no hablar de la calma y el sosiego que uno encuentra en el interior de sus muros. En Europa hace muchos años que se puso de moda el turismo de cementerios, también conocido como necroturismo. Este fenómeno nació asociado a la visita a tumbas de personajes ilustres o famosos, como sucede en el cementerio parisino de Pére-Lachaise. Esta forma diferente de hacer turismo también ha llegado a España. Desde hace unos cuantos años, una conocida empresa zaragozana dedicada al sector turístico realiza visitas nocturnas y teatralizadas al Cementerio de Torrero. En Alagón podría hacerse algo similar. Un hecho que nos ha sorprendido especialmente es que todavía no se ha escrito un catálogo sobre el cementerio de Alagón. Por ello creemos que es el gran olvidado del patrimonio de nuestro pueblo. Se han realizado muchos trabajos sobre el patrimonio artístico en Alagón e incluso un inventario de las iglesias. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido en todo este tiempo echar un vistazo al arte que atesora nuestro cementerio. Alguien tenía que dar el primer paso y ha sido VIDA ALAGONESA quien ha decidido hacerlo. Cuando terminen de leer este artículo les invitamos a dar un paseo con calma por el cementerio de Alagón, el mayor museo de arte público que existe en nuestra comarca.  Así podrán darse cuenta de que los cementerios no tienen por qué ser exclusivamente lugares de muerte, también pueden serlo de vida. En muchos países de Europa son conscientes de ello y realizan todo tipo de actividades culturales en estos recintos: poesía, música, teatro... Proponemos a la Oficina de Turismo de Alagón que al año que viene, para estas fechas, organice alguna visita guiada a nuestro cementerio. Seguro que es recibido con interés por parte de los vecinos. La elaboración de un folleto informativo y la inclusión del cementerio en la oferta turística de nuestro pueblo junto a los monumentos más conocidos (iglesias, El Caracol) completarían la puesta en valor de nuestra necrópolis. Deseamos, con esta pequeña contribución, que el cementerio deje de ser ese espacio desconocido y hostil.
El concepto moderno de cementerio es relativamente reciente. Históricamente en España los enterramientos se realizaban dentro de iglesias y monasterios, así como en los fosales habilitados en sus exteriores. Durante el reinado de Carlos IV se dictaron varias órdenes que obligaban a los Concejos a la construcción de cementerios municipales.  Ante el incumplimiento generalizado de estas disposiciones se tuvieron que dictar otras en los primeros años del siglo XIX. Un decreto de las Cortes del día 1 de noviembre de 1813 ordenaba se dispusieran en toda España, en el plazo de un mes, cementerios provisionales en los que fueran inhumados todos los cadáveres hasta que se construyeran los permanentes. Sin embargo, era tan grande la oposición a los enterramientos fuera de las iglesias que todavía en 1857 había en España 2655 pueblos que carecían de cementerio y, en vista de ello Isabel II dispuso por Real Orden de 26 de noviembre que al menos se construyeran en ellos un cercado fuera de población para los enterramientos. Es probable que el primer cementerio de Alagón se construyera entonces, aunque se tratara solo de una solución con carácter provisional, pues el cementerio actual no se construye hasta 1884. De esta década son, por tanto, los enterramientos más antiguos que han llegado hasta nosotros. A comienzos del siglo XX el cementerio de Alagón va a vivir una época de gran esplendor artístico. La prosperidad económica experimentada por la villa gracias al regadío y a la instalación de la fábrica azucarera en 1900 va a verse reflejada en el arte funerario que se realiza en el cementerio. Aunque la muerte es igual para todos, no es igual la forma de afrontarla. Las clases pudientes alagoneras (industriales, profesionales liberales, terratenientes) mandaron edificar magníficos monumentos que fueran fiel testimonio para la posteridad de la grandeza de sus linajes y la prosperidad de sus negocios. Hemos hecho el interesante ejercicio de consultar la lista de los mayores contribuyentes en 1932. Los nombres que aparecen en ella tienen en común, no solo su poder económico, sino también su condición de propietarios de magníficos panteones. Podemos distinguir cuatro tipos de enterramientos: fosa en tierra, panteón escultórico, panteón-capilla y manzana de nichos. Todos ellos están, en mayor o menor medida, representados en el cementerio de Alagón. La primera tipología de enterramiento se practica directamente sobre la tierra, cubriéndose después con una losa de piedra. Normalmente son tumbas de gran sencillez, con tan solo una cruz  de forja o piedra en su cabecera, aunque en ocasiones también presentan esculturas o estructuras arquitectónicas más complejas. De gran interés artístico son los enterramientos de Ginés Romero, una estela troncocónica con decoración vegetal sobre la que aparece un hermoso ángel en medio relieve representando la ascensión del alma a los cielos; el de la Familia de Arqué, de composición clásica, está muy influenciado por el arte funerario romano y el de D. Manuel Valiente, con una cabecera en forma de cruz de grandes dimensiones en la que aparecen varios motivos decorativos como el alfa y la omega y un medallón con el rostro de Cristo. En lo alto aparece un flamero, tal vez representando la vida eterna. La segunda y la tercera tipología son los llamados panteones familiares, bajo los cuales se dispone una cripta subterránea con nichos. La diferencia fundamental entre los dos tipos estriba en la forma en la que exteriormente se cubre la cripta. En el panteón escultórico se colocan imágenes de vírgenes, santos o ángeles, en ocasiones formando conjuntos de gran monumentalidad. De este grupo de panteones habría que destacar el de D. Manuel Lenguas, construido en 1915 o el de D. Ponciano Vera. En el tipo de panteón capilla se construye sobre la cripta un espacio, normalmente cuadrado o rectangular,  provisto de altar en el que pueden celebrarse oficios religiosos. Este grupo de panteones, por tratarse del tipo más lujoso, está escasamente representado en Alagón. La mayoría de estos panteones son modernos y de poco interés artístico. Tan solo destacaremos el Panteón de D. José Manso, de estilo clasicista, y el de D. Francisco Charlez, de inspiración ecléctica. Al panteón de la familia Manso, de planta rectangular, se accede por una puerta adintelada coronada por un frontón clásico sin entablamento. En el centro del tímpano aparece un magnífico escudo heráldico que consta de cuatro cuarteles, muy adornado al exterior con banderas y timbrado con corona de marqués. A modo de acrotera, una cruz con una corona vegetal remata el conjunto, que se cubre con cubierta a dos aguas. En el panteón de Charlez destaca, sin tratarse de una obra historicista, la utilización de elementos decorativos próximos al plateresco español, como pueden ser los grutescos o las veneras.


Desconocemos por el momento la autoría de la mayoría de los panteones, pero es muy probable que los proyectos de estas construcciones, así como los correspondientes expedientes administrativos se conserven en el Archivo Municipal de Alagón o en los archivos particulares de las familias comitentes. Sí sabemos que para el cementerio de Alagón realizó obras el afamado taller zaragozano formado por los italianos Juan Buzzi y Juan Gussoni. Estos escultores habían nacido en Viggiú (Lombardía). Los dos se trasladan a Zaragoza en torno a 1907-1908, cuando la ciudad se preparaba para celebrar la Exposición Hispano-Francesa. Buzzi y Gussoni establecieron su taller en la calle Cádiz nº 5 de Zaragoza (Entre 1935 y 1939 varió la orientación de esta calle, de manera que el número 5 se transformó en el 14). En su primera época se especializan en una escultura funeraria y decorativa de sabor modernista, aplicada esta última a fachadas de edificios como el antiguo Casino Mercantil. Tras la muerte de Juan Gussoni y de Juan Buzzi, toman las riendas del taller familiar los hijos de este último: José y Carlos Buzzi. A partir de los años 1940 el negocio fue variando. Los encargos de estatuaria disminuyeron y los hermanos Buzzi se dedicaron especialmente a la elaboración de altares de alabastro. Fue entonces cuando abrieron taller en la calle Arzobispo Doménech para los encargos de mayor envergadura. El local de la calle Cádiz quedó como tienda y exposición de pequeñas obras de alabastro, columnas y lápidas. El taller fue cerrado hacia 1967-1968, dedicándose los hermanos Buzzi a otras actividades, hasta su fallecimiento en la propia ciudad de Zaragoza.  Aunque las esculturas de Buzzi-Gussoni llevaban su firma, en las conservadas en el cementerio de Alagón no la hemos encontrado. No obstante,  la iconografía (similar a la de otros panteones zaragozanos realizados por estos autores) y las características formales de estos panteones  no ofrecen dudas en cuento a su autoría. Las obras de nuestro cementerio que se pueden atribuir sin la menor duda a estos escultores italianos son las siguientes:

Panteón de la familia Parroqué. La sepultura está directamente inspirada en la de los Marqueses de Montemuzo del cementerio de Torrero de Zaragoza, realizada en 1916.  Construida enteramente en piedra, presenta una cama que imita un sarcófago de cubierta a doble vertiente con faja horizontal moldurada en bocel en sentido longitudinal. En la zona de los pies del sarcófago se concentra la mayor parte de la decoración escultórica. Allí, sobre un breve podio, dos columnas de basa decorada con motivos de trenzado y fuste liso soportan cimacios vegetales (con rosas el situado en el lado izquierdo y crisantemos el del lado derecho) y un frontón curvo moldurado y rebajado, cuyo tímpano se decora con un escudo coronado de la orden carmelita colocado ante un paño colgante, entre ramos de flores. Las columnas flanquean el acceso a la cripta inferior, que se realiza a través de una placa calada de piedra decorada con una cruz latina dispuesta en diagonal y cardinas de ritmo curvo. Sobre el sarcófago se conservan cuatro ramos de rosas pétreas, dos de los cuales están colocados sobre el frontón.
La cabecera se alza sobre la cama. Consta de una base con floreros convexos en tres de sus lados y la inscripción "FAMILIA PARROQUE" grabada en relieve. Sobre esta base, de la que penden guirnaldas de hojas de laurel con bayas, aparece una gran nube de la que surgen tres ángeles orantes. Se trata de una equilibrada composición piramidal en la que se inscribe un círculo formado por las alas en torno a un libro abierto sobre el que reza la leyenda "MEMENTO/HOMO QUIA/PULVIS ES/ET IN PUL/VEREN/REVER/TERIS" (Libro del Génesis 3:19)  y "FIDES/SPES/CHARITAS". Los ángeles situados a los lados tienen las manos cruzadas sobre el pecho y llevan túnica de cuello redondo, mangas amplias y cortas, y la sujetan con ceñidor. Sin embargo, el ángel central viste túnica sin ceñidor, de magas largas y ceñidas; lleva el pelo más largo y ondulado y une las manos ante el pecho en actitud de oración. El tratamiento de los paños, con pliegues paralelos y profundos, es correcto. Los andróginos y jóvenes rostros, de belleza idealizada, expresan serenidad y una cierta melancolía. El conjunto se remata con una pequeña cruz latina en cuyo centro se dispone un medallón con el rostro de Cristo.
 
Panteón Saura. La cabecera consta de una escultura de la Virgen Dolorosa junto a una cruz colocada sobre un pilar. El pilar, de fuste liso sin textura rugosa y sin capitel, se alza sobre un breve podio se decora con flores (especialmente crisantemos) y hojas en la zona inferior y con una corona de flores (adormidera, rosas y nomeolvides), atada con una filacteria en la que aparece la inscripción "FAMILIA SAURA" y que prende de la parte superior. La cruz es lisa, sin decorar, y también de textura rugosa. La Virgen viste túnica de manga larga y se cubre la cabeza con velo. El tratamiento de los paños es correcto, con pliegues profundos y dinámicos, algunos en zig-zag reforzando la verticalidad de la figura. Gira la cabeza hacia la derecha y se lleva las manos al pecho en señal de dolor, sujetando una corona de espinas, símbolo de la Crucifixión de su hijo. La imagen adquiere mayor dinamismo gracias al giro de la cabeza.
Panteón de Modesto Gracia. En la cabecera aparece, ante una cruz lisa, un ángel sobre una base de nubes con la inscripción "FAMILIA DE MODESTO GRACIA JULVE" en una cartela. Viste una túnica de amplias mangas que deja al descubierto uno de los hombros. En la mano derecha porta una corona de flores (rosas, crisantemos, campanillas y amapolas) y hojas y se lleva la mano izquierda al pecho en señal de dolor. Los cabellos, largos y sueltos, caen en bucles a los lados; el flequillo se ha trabajado en gruesos mechones. Los ojos aparecen entrecerrados, creando efectos de sombra. El rostro es afeminado, sereno y de expresión contenida. Las alas están trabajadas paralelas al cuerpo. Frente al minucioso clasicismo de las alas y los paños descrito en el panteón de Vera, en esta obra se ha optado por una solución de corte más simbolista. La hemos datado en la década de los años 20 del siglo pasado.
Panteón de Joaquín Borao. Consta de un ángel de alas paralelas al cuerpo, en pie, sobre un pilar de nubes en el que aparece una cartela rodeada de hojas con la inscripción "PROPIEDAD DE D. JOAQUÍN BORAO Y ESPOSA". El ángel lleva la mano a los labios pidiendo silencio, siendo esta una iconografía muy difundida en cementerios de toda España. A los pies del sepulcro encontramos una placa de piedra calada de similar factura a la descrita en el panteón Parroque, aunque de menores proporciones. Este panteón debió de ser propiedad de D. Joaquín Borao Cuenca, el que fuera alcalde constitucional de Alagón de 1912 a 1915, diputado provincial en varios periodos y concejal de nuestro Ayuntamiento entre 1931 y 1934 y en 1936. Actualmente se halla en un lamentable estado de abandono.
Panteón de Ponciano Vera. Sobre un basamento cuadrado en el que aparece en relieve la inscripción "PROPIEDAD DE D. PONCIANO VERA", se alza un ángel de tamaño natural, de pie, con un ramo de flores en la mano derecha y abrazando a una cruz con la izquierda. Dicha cruz se sitúa coronando un pilar de fuste liso en cuya base escalonada apoya el ángel su pie izquierdo, contribuyendo así a romper la frontalidad y rigidez que se observa en esculturas coetáneas. Esta obra es, de todas las conservadas en el cementerio de Alagón, la que muestra con más claridad el influjo del estilo modernista. Esto es así por la inconfundible tipografía de líneas ondulantes empleada para la inscripción "FAMILIA DE PONCIANO VERA" que aparece en el mencionado pilar y por el carácter naturalista de la representación escultórica del ángel. En este destaca el tratamiento de los paños, con interesantes efectos de claroscuro. También el de las alas, que se encuentran desplegadas y están labradas cuidadosamente con plumas detalladas e individualizadas. Las facciones del rostro son suaves y redondeadas, de belleza clásica; en ellas el escultor ha sabido expresar una profunda melancolía. El estado de conservación es óptimo, merced al mantenimiento realizado por la familia propietaria.
Todo intento de convertir el cementerio de Alagón en un recurso turístico ha de venir precedido por una serie de actuaciones público-privadas que pongan en valor los más destacados elementos histórico-artísticos que este recinto alberga y los preserven de potenciales agresiones que puedan poner en peligro su integridad. Precisamente uno de los objetivos de este artículo que hoy publicamos era llamar la atención a los vecinos de Alagón sobre el deficiente estado de conservación que presentan algunos de los monumentos funerarios más antiguos de nuestro cementerio. La falta de sensibilidad que hay en la sociedad hacia este patrimonio tiene mucho que ver con esta situación. El arte funerario se ve afectado por los mismos agentes de deterioro que el arte público situado en el espacio urbano. La lluvia y los agentes atmosféricos hacen auténticos estragos sobre la piedra con las que están fabricadas muchas esculturas. El mármol o el bronce son materiales que resisten en buenas condiciones al paso del tiempo; sin embargo en nuestro cementerio se emplearon materiales más humildes (y endebles frente a la erosión) como puede ser la piedra caliza. Pero el factor que sin duda más daño hace al patrimonio funerario es el humano, tanto por las acciones vandálicas como por el abandono al que se ve sometido por parte de las familias propietarias y, en su caso, de las autoridades municipales.  En Alagón, por suerte, no tenemos que hablar de vandalismo en el cementerio, pero sí de abandono, de un abandono que no debería ignorarse por más tiempo. Buena parte de los enterramientos que hay en el cementerio de Alagón se encuentran en estado de dejadez, bien porque la familia ya no vive y no puede hacerse cargo, o por, simplemente, desentenderse de esta labor. En el caso de que la familia no se haga cargo, el Ayuntamiento debería ordenar la ejecución subsidiaria de las obras, trasladando a los propietarios, cuando existan, los gastos de la intervención. Sin embargo, a día de hoy, esta práctica no se está dando en nuestro cementerio, lo que ha causado que algunos conjuntos muestren ya un avanzado estado de deterioro. La nómina de enterramientos que se encuentran en esta situación es muy significativa. En el panteón Parroqué se ha perdido la parte superior del ala del ángel del lado derecho y el rostro de Cristo ha quedado desfigurado a consecuencia de la fragmentación de la piedra. La cruz se halla muy deteriorada y con el tiempo podría llegar a caer. Del panteón de José Manso debemos reseñar la pérdida parcial de la corona floral que rodea la cruz situada sobre su frontispicio. Por último, el ángel del panteón de Borao ha sufrido pérdidas volumétricas en la parte superior de las alas. Asimismo, estos enterramientos y otros muchos muestran el ataque de líquenes y otros agentes vegetales que perturban la contemplación de las obras. El PGOU de Alagón debería incluir en su regulación todo lo relativo al mantenimiento y conservación por parte de los particulares del cementerio, pues su interés como conjunto histórico está fuera de toda duda. En cualquier caso, los propietarios de enterramientos históricos deberían contraer la misma obligación  que la Ordenanza de convivencia urbana establece para las viviendas: Los propietarios de las construcciones están obligados a mantenerlas en buenas condiciones de conservación, seguridad, salubridad y ornato público.