sábado, 19 de noviembre de 2016

Un silencio antiguo y amargo.

El próximo día 22 de noviembre es la festividad de Santa Cecilia, patrona de los músicos, y para celebrarlo VIDA ALGONESA quiere hacer un pequeño homenaje a la tradición musical de nuestro pueblo. Sobre la música en Alagón se han dicho no pocas inexactitudes, que ahora es preciso matizar. Es sabido que contamos con grandes músicos, con una excelente Banda de Música, con dos grupos de canto coral y con un folclore que goza de gran vitalidad, como pusimos de relieve en nuestro artículo sobre Celia Sanz y Germán Santabárbara. Sin embargo, en Alagón no es oro todo lo que reluce. Se ha dicho un tanto a la ligera que vivimos una época de esplendor musical sin precedentes o que en Alagón vivimos la música con un entusiasmo especial. Tal vez cualquier tiempo pasado fue peor, pero en nuestro caso no ha sido así. Y es que Alagón ha sufrido un retroceso o empobrecimiento musical de gran magnitud. Lo cierto es que fuimos durante siglos un pueblo de órganos, el instrumento rey, y de organistas, aunque de ese pasado ya no queda nada. De los cinco órganos que, como poco, llegamos a tener, ninguno está en uso. Unos destruidos, otros trasladados y el de la parroquia abandonado. ¿Acaso puede haber algo más triste para un instrumento concebido para crear música que ser silenciado durante décadas? En Alagón la música de órgano ha sonado durante cinco siglos sin interrupción, pero hoy de las iglesias de Alagón se ha apoderado el silencio más amargo, un silencio antiguo que nadie se ha atrevido a cuestionar. Como interesaba más la música popular y el folclore, nos hemos olvidado por completo de este brillante episodio sonoro. Y ni las autoridades políticas ni las religiosas han mostrado interés real en restaurar nuestro patrimonio musical, a pesar de las cuantiosas subvenciones que la DPZ ha destinado desde los años ochenta a tal fin. No podemos comprender cómo un pueblo que presume de buenos músicos haya podido permitir esta situación. Y así nos ha ido, que mientras en muchos pueblos de la provincia se realizan todos los años conciertos de música clásica con concertistas de prestigio internacional, en Alagón seguimos empeñados en darle la espalda a Bach y a Haendel y lo que es peor, a nuestra propia historia. Tampoco nadie ha querido acordarse de nuestros organistas, algunos de los cuales llegaron a ser destacados músicos. En Alagón nacieron organistas de la talla de Pablo Nasarre, el mejor tratadista musical del Barroco español, o Miguel Arnaudas, cuya obra continúa en su mayor parte inédita para el público actual. Por no hablar de D. José María Berdejo, que fue infantico como Arnaudas y que en la actualidad mantiene viva la gloriosa tradición de los organistas de Alagón desde su condición de Director de Música de las Catedrales de Zaragoza. Siempre hemos creído que, de restaurarse el órgano de la parroquia, debería ser él el encargado de hacerlo sonar por primera vez. En el presente artículo, trataremos de reconstruir la historia y las desventuras de los órganos de las iglesias de Alagón, con la esperanza de que algún día, no muy lejano, la música de órgano vuelva a sonar en nuestro pueblo. No solo sirve para dignificar la liturgia católica, sino que es parte esencial de la oferta cultural de calidad que todos nos merecemos y que en última instancia puede contribuir al desarrollo turístico de la localidad.
Sabemos que el órgano de la iglesia de San Pedro fue construido antes de 1543-1554, ya que en ese lapso de tiempo pudo ser visto por el arzobispo D. Hernando de Aragón en una Visita Pastoral que realizó a nuestra parroquia. A juzgar por las palabras que dejó escritas el prelado zaragozano, el instrumento debió de causarle una grata impresión, pues dijo que era un órgano "bueno". La utilización de este adjetivo no es gratuita y demuestra la calidad que tenía el órgano, dicen incluso que a la altura del de San Pablo en Zaragoza, puesto que D. Hernando, cuando se encontraba con un órgano a su juicio inferior, no dudaba en dejar constancia de ello. Así por ejemplo, el órgano de Santa María de Ejea de los Caballeros es calificado de "decente". El siguiente capítulo importante de la historia de este órgano tuvo lugar el 22 de julio de 1772, cuando la caída de un rayo le causa graves desperfectos. Tuvo que rehacerse el arco y el hueco del órgano, desmontarse el antiguo instrumento y montarse de nuevo por el organero Tomás Sánchez, aprovechando para ello parte de la tubería original del siglo XVI. El nuevo órgano fue recibido y dado por bueno por el organista de Épila, Juan Gutiérrez. De esta reforma procede la caja actual. De factura neoclásica, está organizada a modo de retablo, con tres calles flanqueadas por pilastras y rematadas en frontón. En el siglo XIX sufrió alguna reforma para adaptarlo a los nuevos gustos románticos, pero mantuvo su singularidad primigenia. El órgano se mantuvo en uso hasta bien entrado el siglo XX, utilizándose profusamente en la liturgia preconciliar, como bien recordarán los alagoneros que vivieron su infancia en los años cuarenta o cincuenta del pasado siglo. Uno de esos niños fue D. Antonio Esaín Escobar, quien mucho tiempo después rememoraría esta etapa de su vida en su miscelánea local Nuestra infancia en Alagón. En este libro, que constituye un valioso testimonio histórico, Esaín evoca un ambiente musical muy distinto al actual: "Bajo la dirección de Mosén Félix Lacambra, coadjutor de la Parroquia y organista del templo, estudiábamos nociones de solfeo y cantábamos gregoriano, durante la Misa solemne de los festivos que se celebraba sobre las 11 horas. Daba gusto ver cantar desde el Coro de San Pedro el Credo III y la Misa de Angelis, alternando las voces de los adultos y las de tono soprano de los niños que éramos entonces".  Prosigue su relato recordando que "había que aprender a manejar un manubrio que insuflaba aire al órgano de la iglesia y que se movía a turnos, mientras Mosén Félix manejaba diestramente el teclado y los registros". En las últimas décadas, el órgano ha dejado de ser bien visto por parte de los distintos párrocos que ha tenido Alagón y la música sacra ha dejado de sonar, hasta ahora. Años de abandono han debido de hacer mella en el instrumento, muy sensible a la suciedad, el polvo y la acción de roedores e insectos. Como paso previo a su futura e irrenunciable restauración, habría que realizar un estudio técnico que detectara las distintas patologías que puede presentar así como los trabajos que son necesarios para su puesta a punto. Por último, debemos mencionar que la parroquia tuvo un armonio, que actualmente se guarda en la capilla de Santa Ana.
El órgano de la iglesia de San Antonio pudo construirse a mediados del siglo XVIII, que es cuando se acomete la decoración escultórica y pictórica del interior del edificio. Cuentan que musicalmente no era un órgano muy bueno, pero su magnífica caja rococó merece un comentario aparte. Se ubica sobre las capillas laterales, en el segundo tramo de la nave desde los pies. La mazonería se estructura en cinco calles, como era frecuente en los órganos de tamaño mediano de la época. La caja, que se decora con espejos de rocalla, representa un hito sin parangón entre los órganos conservados en la provincia, pues ejemplifica como ningún otro las pretensiones escenográficas y la grandilocuencia estética y espacial del órgano barroco. En otras iglesias el órgano se nos muestra como un aditamento prescindible, como un añadido al edificio relegado a una tribuna alta a los pies. En San Antonio, en cambio, el órgano se concibe como un elemento armonioso que se mimetiza a la perfección con el resto de la iglesia. La belleza de su caja no sirvió sin embargo para evitar la destrucción del que probablemente sea el órgano más maltratado de cuantos han existido en Alagón. En la aciaga noche del 18 al 19 de julio de 1936 -según la versión oficial- un grupo de incendiarios, aprovechándose de la incertidumbre reinante en los primeros momentos de la sublevación militar, irrumpen en la iglesia de San Antonio y le prenden fuego. Sobre el alcance real de los daños que este incendio causó existe gran controversia, puesto que la exactitud de las fuentes que existen sobre los hechos es más que dudosa. El principal testimonio escrito de que disponemos lo proporciona la nada imparcial Junta de Agravios, constituida en abril de 1937 bajo la presidencia del alcalde Gregorio Vera Ilundaín. La primera actuación de esta Junta fue elevar al Gobernador Civil de la provincia un acta en la que se informaba de los daños causados por las llamadas "hordas marxistas". Esta acta se estructura en varios puntos, cada uno de los cuales se refiere a elementos concretos de la iglesia: el altar mayor, la sacristía, los adornos de madera... Para nuestro estudio tiene especial relevancia el apartado 3º, que dice: "Completamente destruido el grandioso órgano, fundidos sus tubos metálicos y trompetas".  La rotundidad con la que se expresa la destrucción del órgano, con el uso del adverbio completamente, debe ponerse en cuarentena. Y es que resulta casi del todo improbable que los pirómanos de 1936 tuvieran tiempo de fundir los tubos del órgano en unas pocas horas. Esta apreciación se ve reforzada por algunos testimonios orales, que nos dicen que muchos años después de la contienda se conservaba todavía gran parte de la tubería y, por descontado, de la mecánica y el teclado. La pérdida definitiva del órgano de San Antonio fue obra de aquellos que estaban al frente del cuidado de la iglesia, que decidieron malvender los tubos, de madera, plomo y estaño, por lo poco que pudieran obtener por ellos, una vez rebajados a la condición de chatarra. En la fachada del órgano subsistieron, y todavía pueden verse en la actualidad, como testimonio de lo que llegó a ser en su época de esplendor, unos pocos tubos canónigos, que eran aquellos tubos de madera pintada cuya función era meramente decorativa. La historia del órgano de San Antonio no acaba aquí, pues todavía faltaba por escribirse el último capítulo de su historia, que por increíble, es acaso tan doloroso o más que los anteriores. En 1997 el templo quedaba definitivamente restaurado después de varios años de colaboración entre la Diputación Provincial y el Ayuntamiento. Quizá fuera por el agotamiento de los fondos municipales o por considerar otros objetivos más prioritarios, pero en 1997 nadie se acordó del órgano. Su desdichado silencio seguía sin hallar consuelo. Y cuando años después parecía que por fin el órgano iba a recobrar su carácter y su sonoridad, llegó otra decepción. Conviene acudir a la hemeroteca para recordar que en octubre de 2010 (no hace tanto) una esperanzadora noticia saltaba a la prensa local: Convenio a tres bandas para restaurar el órgano de San Antonio. Resulta que el alcalde D. José María Becerril firmó en el antiguo Salón de Plenos de la DPZ un acuerdo de colaboración (muy ventajoso) con el Arzobispado de Zaragoza y la Diputación, de forma que el ente provincial asumiría el 60 por ciento del coste de la restauración y nuestro ayuntamiento tan solo aportaría ¡16.635,10 euros! Nadie puede decir a la luz de estos datos que fuera un convenio oneroso para el bolsillo de los alagoneses. Sin embargo, seis años han pasado desde entonces y el órgano sigue sin restaurar. Los españoles tenemos fama de tardar demasiado en ejecutar las obras, pero esto sobrepasa con creces aquel manido estereotipo. Se trata de un convenio que ni se cumplió ni se cumplirá. Como potenciales beneficiarios de la restauración del órgano que éramos todos los alagoneses deberíamos exigir una explicación. Lástima que nuestro alcalde no sea el gran Pepe Isbert.
Siendo San Juan convento de religiosos agustinos descalzos, sabemos que dispuso de un buen órgano, pero del que apenas se tienen noticias. Aquí ofrecemos un dato inédito que puede contribuir a mejorar el conocimiento que tenemos de este instrumento. Su construcción la hemos datado en los primeros años del siglo XVII y atribuido al maestro de hacer órganos Cristóbal Fernández de Heredia, que en 1611 lo encontramos viviendo en Alagón. La existencia de un organista en Alagón ha pasado prácticamente desapercibida. Sin embrago, de ella ya dio cuenta hace casi cuarenta años D. Pedro Calahorra Martínez en su obra Música en Zaragoza, tras una minuciosa consulta de los fondos del Archivo Histórico Provincial. Allí se conservan unos documentos que nos han permitido realizar la atribución del órgano de San Juan de Alagón a Fernández de Heredia. En efecto, sabemos documentalmente que el organero de Alagón firmó concordia notarial con los frailes de San Agustín, no sabemos de qué localidad y probablemente para la construcción de un órgano. Aunque no podemos afirmarlo fehacientemente, no resulta descabellado aventurar que esos frailes fueran los religiosos de Alagón. Seis años antes se habían instalado en la villa, y llegado el momento de encargar la construcción de un órgano, qué mejor que ponerlo en manos de un maestro que vivía en la misma localidad, evitando así las incomodidades y demoras que supondría encargárselo a un organista de otro lugar. Este órgano fue desmantelado como consecuencia de la exclaustración del convento en la Desamortización de Mendizábal (1836). Los Misioneros del Corazón de María (claretianos), instalados en el edificio a partir de 1875, debieron suplir su desaparición con la adquisición de un armonio, más barato y de dimensiones más reducidas que un órgano de tubos.

La flecha amarilla indica la ubicación del antiguo órgano del Castillo.
La ermita de la Virgen del Castillo también contó con un órgano hasta fechas recientes. En 1977, el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza D. Gonzalo Borrás Gualis todavía pudo ver in situ este órgano y dejar constancia de su existencia en el Inventario artístico del arciprestazgo de Alagón, realizado ese año pero publicado mucho tiempo después. Borrás nos dice que el órgano estaba decorado con arquitecturas del siglo XIX. Debió construirse para remplazar al que probablemente existió antes de la destrucción causada por los franceses en la Guerra de la Independencia. Su estética sonora la suponemos romántica, como corresponde a la moda del momento de su construcción. El instrumento debió desmantelarse poco después de la visita de Borrás, en la última gran (y desafortunada) reforma que sufrió el templo. La reforma no solo afectó al exterior de la ermita, donde se derribaron las construcciones anejas que daban a la plaza, sino también al interior, eliminándose elementos decorativos y litúrgicos tales como el púlpito, la reja del altar mayor o el órgano. Este último se ubicaba en la parte derecha de la nave, junto al coro, en el lugar donde se expone actualmente al culto el Cristo crucificado del siglo XVII de nuestra Semana Santa. Detrás del órgano se levantaba una pequeña habitación, desaparecida en la actualidad, donde se encontraban los fuelles, la maquinara y todo cuanto fuese necesario para el buen funcionamiento del órgano, que hace siglos no estaban electrificados, por lo que se necesitaba el concurso de los manchadores, que era como se conocía en Aragón a las personas que movían los fuelles del órgano. De este antiguo cuarto quedan varios testimonios materiales. Puede apreciarse en viejas fotografías, como la que publicamos arriba, donde lo vemos a la izquierda del acceso a la iglesia; y también en los planos anteriores a la reforma, como el de arriba, donde hemos resaltado dicho anejo en naranja; mientras que con una flecha amarilla se indica la ubicación del órgano en la nave. También en el edificio han quedado huellas. Si nos acercamos a la Plaza del Castillo y nos situamos frente a la ermita, podremos ver entre el primer y el segundo contrafuerte, empezando por los pies del templo, el antiguo arco de medio punto que cobijaba al órgano, hoy cegado con ladrillos. En el interior del templo, la marca de ese arco se aprecia con menor nitidez, pero también es visible a simple vista.
 Según fuentes consultadas por VIDA ALAGONESA, los tubos de este órgano se guardaron en el cubículo situado bajo la escalera por la que se accede al coro, pero desconocemos si en la actualidad siguen ahí. La supresión del órgano de la ermita, seguramente "porque molestaba", fue un grave error y pone en evidencia la incultura y el desprecio con el que este pueblo ha tratado a una parte importante de su historia musical.
Por último, aunque no por ello menos importante, debemos hacer mención a la desaparecida iglesia del Convento de religiosas franciscanas de la Purísima Concepción. En su interior no se guardaban bienes artísticos de especial interés, pero sí lo tenía un magnífico órgano construido en la segunda mitad del siglo XIX o en los primeros años del siglo XX por el prestigioso taller zaragozano de la familia Roqués. La fecha exacta de la construcción nos es desconocida pero, en cualquier caso, es seguro que tuvo lugar antes del año 1911. La familia Roqués ocupa un lugar importante en la historia de la organería española por la calidad y abundancia de su producción, así como por haber logrado conciliar satisfactoriamente la tradición del órgano ibérico del Barroco con el nuevo gusto romántico que se había impuesto en la Europa decimonónica. El historiador local D. Manuel Serrano Villalba ha confirmado a VIDA ALAGONESA que este órgano no corrió la misma suerte que el malogrado convento que lo albergaba y no fue destruido, como cabía suponer en un primer momento. Afortunadamente, el órgano fue trasladado a otra iglesia con la intención de darle un nuevo uso y aunque no sepamos cuál fue el destino de este valioso instrumento, no nos resulta difícil intuirlo. Puesto que el edificio pertenecía a la orden religiosa y no a la diócesis, es muy probable que el órgano se desmontara con destino a un convento de esa misma congregación. Sería conveniente seguir en el futuro con estas pesquisas hasta dar con el paradero actual de esta joya musical salida a hurtadillas de nuestro pueblo en los años del Desarrollismo urbanístico. Este sería un primer paso para logar moralmente la reparación de un grave atentado contra el patrimonio histórico del que todavía hoy nos lamentamos los alagoneses.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Ha sido presentado un nuevo número de la revista "China Chana".

La Peña Sajeño-Alagonesa de Alagón, en el marco de las Jornadas Culturales que se van a prolongar durante todo el mes de noviembre, ha presentado el último número de su revista-boletín China Chana. La publicación, que este año alcanza ya su número 23, está dedicada a un feliz acontecimiento: el trigésimo quinto aniversario del nacimiento de la peña. En el editorial se recuerda que la peña "empezó en un pequeño local, con 18 personas. Treinta y cinco años después somos 195 socios y, nuestra sede, es un precioso caserón de finales del siglo XV y principio XVI, con una maravillosa bodega". 

En páginas interiores, bajo el título Un pequeño homenaje, se reproduce un escrito que fue publicado en China Chana nº 9, en el XX Aniversario, por D. Antonio Vallano. En él toma la palabra por primera vez un personaje insólito y estelar, que ha sido testigo silencioso de la historia de Alagón y guardián fiel del hermanamiento entre Alagón y Sax. Este no es otro que Casa Climent, el magnífico edificio de la calle Jota Aragonesa, que tanta admiración despierta entre los que la visitan por primera vez. Desde esta original perspectiva, Vallano recordaba el nacimiento de la Casa, cuando sus primeros moradores la habitaron; para después entristecernos con el relato de los momentos más aciagos de la ilustre mansión. "Como todo el tiempo pasó y fui quedando relegada al olvido, la ruina se fue apoderando de mis tejados, de mis paredes...". Por último, se abre paso la esperanza y una nueva vida, un renacer. La Peña Sajeño-Alagonesa volvió a llenar de ilusión y calidez humana sus estancias. "Fueron vuestras manos las que me reconstruyeron, acariciaron, dieron nuevas formas, fueron vuestras risas, vuestros proyectos los que rejuvenecieron mi espíritu cansado". Un bonito escrito que ha sido todo un acierto recuperar.


Sin perjuicio de lo anterior, y como viene siendo habitual, sus contenidos no tienen carácter monográfico, puesto que se ocupan de muy diversos y variados temas, que comprenden desde las ciencias sociales hasta la literatura pasando por la gastronomía, un campo, este último, que siempre ha sido muy mimado por la Sajeño, pues así lo incluyeron en sus propios Estatutos. Dª Paqui Agulló firma Sensaciones, todo un canto a la amistad en el que recuerda el viaje que los gigantes y cabezudos de Alagón hicieron el pasado día 24 de septiembre hasta Sax. Este hecho también ha sido destacado por el alcalde del municipio alicantino, D. José María Espí Navarro, quien en su escrito afirma que fue "el mejor desfile de Gigantes y Cabezudos que se había visto en Sax".  D. Pedro Martínez Ganga es el autor de Hablando en Sajeño, un texto que en el que se inserta el extenso poema narrativo y dialogado Las lágrimas de San Blas. D. Luis Casanova Villagrasa transcribe el artículo publicado por D. Alberto Lasheras en la revista "Desde Monegros", sobre la vinculación del linaje de los Alagón con la Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes, ubicada en dicha comarca aragonesa. Esta cartuja, la primera de Aragón, fue fundada por el XII señor de Sástago, D. Blasco de Alagón y su segunda esposa D.ª Beatriz de Luna. En la iglesia del cenobio reposaban los restos de su hijo D. Artal. A tal efecto, se mandó construir un magnífico sepulcro con la imagen yacente del difunto. En el frontal aparecía el escudo del caballero, que resulta de la fusión de los de las casas de Luna y Alagón. Tras la Desamortización el sepulcro desapareció y de él no conservamos ningún fragmento. Tan solo el dibujo que abajo reproducimos, extraído del mencionado artículo, y cuyo original está custodiado en el Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona).

Ocupa las dos páginas centrales de la revista el emotivo elogio fúnebre que D. Luis Nogueras Samper dedica a su amigo D. Ángel Morales Becerril. Descanse en paz, el infatigable, entusiasta y Ejemplar peñista, cuyo recuerdo permanecerá siempre vivo en la terraza de la casa, que por decisión de la Asamblea General lleva desde este año el nombre de "Terraza de El Abuelo". Junto con los distintos escritos que hemos ido mencionado, la revista incluye asimismo numerosas fotografías a todo color, entre las cuales queremos destacar algunas de archivo de los primeros años de la peña, y que, a buen seguro, despertarán numerosos recuerdos y emociones a los que allí estuvieron. Escribe unas líneas la Comparsa de Alagoneses, que en 2020 celebrará su cincuenta aniversario, con las que quieren hacer partícipe al pueblo de Alagón de esta importante celebración, para la que se ha confeccionado un programa de actividades y eventos.


En la última página, Pastelería Riba nos deleita con la receta de las célebres Tortillas de Alagón, un postre imprescindible de nuestra gastronomía. Asimismo aparecen unos breves apuntes en los que se cuenta la historia de este exquisito manjar; no nos resistimos a reproducirlos para que queden aquí consignados: "[...] Se servirán como complemento a una comida o como agradecimiento de un servicio a algún eclesiástico. Aparecen documentadas desde 1851 en las fiestas de San Antonio. Así se enviaron al predicador: 12 TORTILLAS con almíbar. El Excmo. Sr. D. Casimiro Morcillo, arzobispo de Zaragoza entre 1955 y 1964, al degustar en nuestro pueblo tan delicado postre, en una Visita Pastoral a Alagón exclamó complacido: nunca había comido algo tan delicioso". 

No queremos olvidarnos tampoco de la magnífica portada que abre este número de China Chana. Se ha elegido en esta ocasión el cartel realizado por D. José María Martínez Antolín para conmemorar el 35 aniversario de la Peña Sajeño-Alagonesa y también dos fotografías que muestran la comparativa entre el estado de la casa en los primeros tiempos, con la fachada sin restaurar, y el magnífico aspecto que presenta en la actualidad. Ya es todo un clásico que, de fondo, los editores elijan poner la bandera (oficial e institucional) de Alagón. Se agradece de vez en cuando este amor hacia nuestros símbolos, los que nos unen y nos representan, máxime si tenemos en cuenta que ni siquiera nuestro propio ayuntamiento es capaz de tener expuesta (por no decir ondeando) la bandera local en el balcón de la Casa Consistorial, del que sin previo aviso se retiró en las pasadas fiestas de junio para no volver ya. Queremos acabar este escrito felicitando a la Peña Sajeño-Alagonesa por su aniversario y deseándoles muchos más, algo que parece asegurado, dada la incorporación de jóvenes peñistas en los últimos años.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El turismo de cementerios, una actividad en alza.

Acabamos de celebrar la solemne festividad de Todos los Santos y, como manda la tradición, han sido muchas las personas que se han acercado estos días hasta el cementerio municipal de Alagón. Para muchos, esta es la única ocasión de todo el año en la que pisan estos recintos, que creemos gozan de muy mala fama en el siglo XXI. En la sociedad actual  la muerte es un tema tabú y siendo los cementerios su máxima representación, nos da la impresión de que se les ha dado la espalda a estos lugares, ignorando su valor intrínseco y desconociendo por completo su historia y las tradiciones a ellos asociadas. Una mentalidad diametralmente opuesta a la de los escritores románticos, los cuales se sintieron fascinados por la misteriosa atracción y el poder evocador de los cementerios, o a la de nuestros antepasados, que vivían y sobrellevaban el hecho de la muerte con mayor naturalidad. Afortunadamente esta errónea forma de relacionarse con los cementerios está empezando a cambiar. Cada vez son más personas las que valoran los cementerios como un interesante bien cultural. Son personas con estudios universitarios, reflexivas, cosmopolitas y con una mayor sensibilidad hacia el arte, con independencia del contexto en el que se encuentre. No vamos a negar que los cementerios son eminentemente lugares de recuerdo, en los que se tiene muy presente a personas que ya no se hallan entre nosotros. Pero debemos reconocer que los cementerios también son espacios de arte, historia y patrimonio; por no hablar de la calma y el sosiego que uno encuentra en el interior de sus muros. En Europa hace muchos años que se puso de moda el turismo de cementerios, también conocido como necroturismo. Este fenómeno nació asociado a la visita a tumbas de personajes ilustres o famosos, como sucede en el cementerio parisino de Pére-Lachaise. Esta forma diferente de hacer turismo también ha llegado a España. Desde hace unos cuantos años, una conocida empresa zaragozana dedicada al sector turístico realiza visitas nocturnas y teatralizadas al Cementerio de Torrero. En Alagón podría hacerse algo similar. Un hecho que nos ha sorprendido especialmente es que todavía no se ha escrito un catálogo sobre el cementerio de Alagón. Por ello creemos que es el gran olvidado del patrimonio de nuestro pueblo. Se han realizado muchos trabajos sobre el patrimonio artístico en Alagón e incluso un inventario de las iglesias. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido en todo este tiempo echar un vistazo al arte que atesora nuestro cementerio. Alguien tenía que dar el primer paso y ha sido VIDA ALAGONESA quien ha decidido hacerlo. Cuando terminen de leer este artículo les invitamos a dar un paseo con calma por el cementerio de Alagón, el mayor museo de arte público que existe en nuestra comarca.  Así podrán darse cuenta de que los cementerios no tienen por qué ser exclusivamente lugares de muerte, también pueden serlo de vida. En muchos países de Europa son conscientes de ello y realizan todo tipo de actividades culturales en estos recintos: poesía, música, teatro... Proponemos a la Oficina de Turismo de Alagón que al año que viene, para estas fechas, organice alguna visita guiada a nuestro cementerio. Seguro que es recibido con interés por parte de los vecinos. La elaboración de un folleto informativo y la inclusión del cementerio en la oferta turística de nuestro pueblo junto a los monumentos más conocidos (iglesias, El Caracol) completarían la puesta en valor de nuestra necrópolis. Deseamos, con esta pequeña contribución, que el cementerio deje de ser ese espacio desconocido y hostil.
El concepto moderno de cementerio es relativamente reciente. Históricamente en España los enterramientos se realizaban dentro de iglesias y monasterios, así como en los fosales habilitados en sus exteriores. Durante el reinado de Carlos IV se dictaron varias órdenes que obligaban a los Concejos a la construcción de cementerios municipales.  Ante el incumplimiento generalizado de estas disposiciones se tuvieron que dictar otras en los primeros años del siglo XIX. Un decreto de las Cortes del día 1 de noviembre de 1813 ordenaba se dispusieran en toda España, en el plazo de un mes, cementerios provisionales en los que fueran inhumados todos los cadáveres hasta que se construyeran los permanentes. Sin embargo, era tan grande la oposición a los enterramientos fuera de las iglesias que todavía en 1857 había en España 2655 pueblos que carecían de cementerio y, en vista de ello Isabel II dispuso por Real Orden de 26 de noviembre que al menos se construyeran en ellos un cercado fuera de población para los enterramientos. Es probable que el primer cementerio de Alagón se construyera entonces, aunque se tratara solo de una solución con carácter provisional, pues el cementerio actual no se construye hasta 1884. De esta década son, por tanto, los enterramientos más antiguos que han llegado hasta nosotros. A comienzos del siglo XX el cementerio de Alagón va a vivir una época de gran esplendor artístico. La prosperidad económica experimentada por la villa gracias al regadío y a la instalación de la fábrica azucarera en 1900 va a verse reflejada en el arte funerario que se realiza en el cementerio. Aunque la muerte es igual para todos, no es igual la forma de afrontarla. Las clases pudientes alagoneras (industriales, profesionales liberales, terratenientes) mandaron edificar magníficos monumentos que fueran fiel testimonio para la posteridad de la grandeza de sus linajes y la prosperidad de sus negocios. Hemos hecho el interesante ejercicio de consultar la lista de los mayores contribuyentes en 1932. Los nombres que aparecen en ella tienen en común, no solo su poder económico, sino también su condición de propietarios de magníficos panteones. Podemos distinguir cuatro tipos de enterramientos: fosa en tierra, panteón escultórico, panteón-capilla y manzana de nichos. Todos ellos están, en mayor o menor medida, representados en el cementerio de Alagón. La primera tipología de enterramiento se practica directamente sobre la tierra, cubriéndose después con una losa de piedra. Normalmente son tumbas de gran sencillez, con tan solo una cruz  de forja o piedra en su cabecera, aunque en ocasiones también presentan esculturas o estructuras arquitectónicas más complejas. De gran interés artístico son los enterramientos de Ginés Romero, una estela troncocónica con decoración vegetal sobre la que aparece un hermoso ángel en medio relieve representando la ascensión del alma a los cielos; el de la Familia de Arqué, de composición clásica, está muy influenciado por el arte funerario romano y el de D. Manuel Valiente, con una cabecera en forma de cruz de grandes dimensiones en la que aparecen varios motivos decorativos como el alfa y la omega y un medallón con el rostro de Cristo. En lo alto aparece un flamero, tal vez representando la vida eterna. La segunda y la tercera tipología son los llamados panteones familiares, bajo los cuales se dispone una cripta subterránea con nichos. La diferencia fundamental entre los dos tipos estriba en la forma en la que exteriormente se cubre la cripta. En el panteón escultórico se colocan imágenes de vírgenes, santos o ángeles, en ocasiones formando conjuntos de gran monumentalidad. De este grupo de panteones habría que destacar el de D. Manuel Lenguas, construido en 1915 o el de D. Ponciano Vera. En el tipo de panteón capilla se construye sobre la cripta un espacio, normalmente cuadrado o rectangular,  provisto de altar en el que pueden celebrarse oficios religiosos. Este grupo de panteones, por tratarse del tipo más lujoso, está escasamente representado en Alagón. La mayoría de estos panteones son modernos y de poco interés artístico. Tan solo destacaremos el Panteón de D. José Manso, de estilo clasicista, y el de D. Francisco Charlez, de inspiración ecléctica. Al panteón de la familia Manso, de planta rectangular, se accede por una puerta adintelada coronada por un frontón clásico sin entablamento. En el centro del tímpano aparece un magnífico escudo heráldico que consta de cuatro cuarteles, muy adornado al exterior con banderas y timbrado con corona de marqués. A modo de acrotera, una cruz con una corona vegetal remata el conjunto, que se cubre con cubierta a dos aguas. En el panteón de Charlez destaca, sin tratarse de una obra historicista, la utilización de elementos decorativos próximos al plateresco español, como pueden ser los grutescos o las veneras.


Desconocemos por el momento la autoría de la mayoría de los panteones, pero es muy probable que los proyectos de estas construcciones, así como los correspondientes expedientes administrativos se conserven en el Archivo Municipal de Alagón o en los archivos particulares de las familias comitentes. Sí sabemos que para el cementerio de Alagón realizó obras el afamado taller zaragozano formado por los italianos Juan Buzzi y Juan Gussoni. Estos escultores habían nacido en Viggiú (Lombardía). Los dos se trasladan a Zaragoza en torno a 1907-1908, cuando la ciudad se preparaba para celebrar la Exposición Hispano-Francesa. Buzzi y Gussoni establecieron su taller en la calle Cádiz nº 5 de Zaragoza (Entre 1935 y 1939 varió la orientación de esta calle, de manera que el número 5 se transformó en el 14). En su primera época se especializan en una escultura funeraria y decorativa de sabor modernista, aplicada esta última a fachadas de edificios como el antiguo Casino Mercantil. Tras la muerte de Juan Gussoni y de Juan Buzzi, toman las riendas del taller familiar los hijos de este último: José y Carlos Buzzi. A partir de los años 1940 el negocio fue variando. Los encargos de estatuaria disminuyeron y los hermanos Buzzi se dedicaron especialmente a la elaboración de altares de alabastro. Fue entonces cuando abrieron taller en la calle Arzobispo Doménech para los encargos de mayor envergadura. El local de la calle Cádiz quedó como tienda y exposición de pequeñas obras de alabastro, columnas y lápidas. El taller fue cerrado hacia 1967-1968, dedicándose los hermanos Buzzi a otras actividades, hasta su fallecimiento en la propia ciudad de Zaragoza.  Aunque las esculturas de Buzzi-Gussoni llevaban su firma, en las conservadas en el cementerio de Alagón no la hemos encontrado. No obstante,  la iconografía (similar a la de otros panteones zaragozanos realizados por estos autores) y las características formales de estos panteones  no ofrecen dudas en cuento a su autoría. Las obras de nuestro cementerio que se pueden atribuir sin la menor duda a estos escultores italianos son las siguientes:

Panteón de la familia Parroqué. La sepultura está directamente inspirada en la de los Marqueses de Montemuzo del cementerio de Torrero de Zaragoza, realizada en 1916.  Construida enteramente en piedra, presenta una cama que imita un sarcófago de cubierta a doble vertiente con faja horizontal moldurada en bocel en sentido longitudinal. En la zona de los pies del sarcófago se concentra la mayor parte de la decoración escultórica. Allí, sobre un breve podio, dos columnas de basa decorada con motivos de trenzado y fuste liso soportan cimacios vegetales (con rosas el situado en el lado izquierdo y crisantemos el del lado derecho) y un frontón curvo moldurado y rebajado, cuyo tímpano se decora con un escudo coronado de la orden carmelita colocado ante un paño colgante, entre ramos de flores. Las columnas flanquean el acceso a la cripta inferior, que se realiza a través de una placa calada de piedra decorada con una cruz latina dispuesta en diagonal y cardinas de ritmo curvo. Sobre el sarcófago se conservan cuatro ramos de rosas pétreas, dos de los cuales están colocados sobre el frontón.
La cabecera se alza sobre la cama. Consta de una base con floreros convexos en tres de sus lados y la inscripción "FAMILIA PARROQUE" grabada en relieve. Sobre esta base, de la que penden guirnaldas de hojas de laurel con bayas, aparece una gran nube de la que surgen tres ángeles orantes. Se trata de una equilibrada composición piramidal en la que se inscribe un círculo formado por las alas en torno a un libro abierto sobre el que reza la leyenda "MEMENTO/HOMO QUIA/PULVIS ES/ET IN PUL/VEREN/REVER/TERIS" (Libro del Génesis 3:19)  y "FIDES/SPES/CHARITAS". Los ángeles situados a los lados tienen las manos cruzadas sobre el pecho y llevan túnica de cuello redondo, mangas amplias y cortas, y la sujetan con ceñidor. Sin embargo, el ángel central viste túnica sin ceñidor, de magas largas y ceñidas; lleva el pelo más largo y ondulado y une las manos ante el pecho en actitud de oración. El tratamiento de los paños, con pliegues paralelos y profundos, es correcto. Los andróginos y jóvenes rostros, de belleza idealizada, expresan serenidad y una cierta melancolía. El conjunto se remata con una pequeña cruz latina en cuyo centro se dispone un medallón con el rostro de Cristo.
 
Panteón Saura. La cabecera consta de una escultura de la Virgen Dolorosa junto a una cruz colocada sobre un pilar. El pilar, de fuste liso sin textura rugosa y sin capitel, se alza sobre un breve podio se decora con flores (especialmente crisantemos) y hojas en la zona inferior y con una corona de flores (adormidera, rosas y nomeolvides), atada con una filacteria en la que aparece la inscripción "FAMILIA SAURA" y que prende de la parte superior. La cruz es lisa, sin decorar, y también de textura rugosa. La Virgen viste túnica de manga larga y se cubre la cabeza con velo. El tratamiento de los paños es correcto, con pliegues profundos y dinámicos, algunos en zig-zag reforzando la verticalidad de la figura. Gira la cabeza hacia la derecha y se lleva las manos al pecho en señal de dolor, sujetando una corona de espinas, símbolo de la Crucifixión de su hijo. La imagen adquiere mayor dinamismo gracias al giro de la cabeza.
Panteón de Modesto Gracia. En la cabecera aparece, ante una cruz lisa, un ángel sobre una base de nubes con la inscripción "FAMILIA DE MODESTO GRACIA JULVE" en una cartela. Viste una túnica de amplias mangas que deja al descubierto uno de los hombros. En la mano derecha porta una corona de flores (rosas, crisantemos, campanillas y amapolas) y hojas y se lleva la mano izquierda al pecho en señal de dolor. Los cabellos, largos y sueltos, caen en bucles a los lados; el flequillo se ha trabajado en gruesos mechones. Los ojos aparecen entrecerrados, creando efectos de sombra. El rostro es afeminado, sereno y de expresión contenida. Las alas están trabajadas paralelas al cuerpo. Frente al minucioso clasicismo de las alas y los paños descrito en el panteón de Vera, en esta obra se ha optado por una solución de corte más simbolista. La hemos datado en la década de los años 20 del siglo pasado.
Panteón de Joaquín Borao. Consta de un ángel de alas paralelas al cuerpo, en pie, sobre un pilar de nubes en el que aparece una cartela rodeada de hojas con la inscripción "PROPIEDAD DE D. JOAQUÍN BORAO Y ESPOSA". El ángel lleva la mano a los labios pidiendo silencio, siendo esta una iconografía muy difundida en cementerios de toda España. A los pies del sepulcro encontramos una placa de piedra calada de similar factura a la descrita en el panteón Parroque, aunque de menores proporciones. Este panteón debió de ser propiedad de D. Joaquín Borao Cuenca, el que fuera alcalde constitucional de Alagón de 1912 a 1915, diputado provincial en varios periodos y concejal de nuestro Ayuntamiento entre 1931 y 1934 y en 1936. Actualmente se halla en un lamentable estado de abandono.
Panteón de Ponciano Vera. Sobre un basamento cuadrado en el que aparece en relieve la inscripción "PROPIEDAD DE D. PONCIANO VERA", se alza un ángel de tamaño natural, de pie, con un ramo de flores en la mano derecha y abrazando a una cruz con la izquierda. Dicha cruz se sitúa coronando un pilar de fuste liso en cuya base escalonada apoya el ángel su pie izquierdo, contribuyendo así a romper la frontalidad y rigidez que se observa en esculturas coetáneas. Esta obra es, de todas las conservadas en el cementerio de Alagón, la que muestra con más claridad el influjo del estilo modernista. Esto es así por la inconfundible tipografía de líneas ondulantes empleada para la inscripción "FAMILIA DE PONCIANO VERA" que aparece en el mencionado pilar y por el carácter naturalista de la representación escultórica del ángel. En este destaca el tratamiento de los paños, con interesantes efectos de claroscuro. También el de las alas, que se encuentran desplegadas y están labradas cuidadosamente con plumas detalladas e individualizadas. Las facciones del rostro son suaves y redondeadas, de belleza clásica; en ellas el escultor ha sabido expresar una profunda melancolía. El estado de conservación es óptimo, merced al mantenimiento realizado por la familia propietaria.
Todo intento de convertir el cementerio de Alagón en un recurso turístico ha de venir precedido por una serie de actuaciones público-privadas que pongan en valor los más destacados elementos histórico-artísticos que este recinto alberga y los preserven de potenciales agresiones que puedan poner en peligro su integridad. Precisamente uno de los objetivos de este artículo que hoy publicamos era llamar la atención a los vecinos de Alagón sobre el deficiente estado de conservación que presentan algunos de los monumentos funerarios más antiguos de nuestro cementerio. La falta de sensibilidad que hay en la sociedad hacia este patrimonio tiene mucho que ver con esta situación. El arte funerario se ve afectado por los mismos agentes de deterioro que el arte público situado en el espacio urbano. La lluvia y los agentes atmosféricos hacen auténticos estragos sobre la piedra con las que están fabricadas muchas esculturas. El mármol o el bronce son materiales que resisten en buenas condiciones al paso del tiempo; sin embargo en nuestro cementerio se emplearon materiales más humildes (y endebles frente a la erosión) como puede ser la piedra caliza. Pero el factor que sin duda más daño hace al patrimonio funerario es el humano, tanto por las acciones vandálicas como por el abandono al que se ve sometido por parte de las familias propietarias y, en su caso, de las autoridades municipales.  En Alagón, por suerte, no tenemos que hablar de vandalismo en el cementerio, pero sí de abandono, de un abandono que no debería ignorarse por más tiempo. Buena parte de los enterramientos que hay en el cementerio de Alagón se encuentran en estado de dejadez, bien porque la familia ya no vive y no puede hacerse cargo, o por, simplemente, desentenderse de esta labor. En el caso de que la familia no se haga cargo, el Ayuntamiento debería ordenar la ejecución subsidiaria de las obras, trasladando a los propietarios, cuando existan, los gastos de la intervención. Sin embargo, a día de hoy, esta práctica no se está dando en nuestro cementerio, lo que ha causado que algunos conjuntos muestren ya un avanzado estado de deterioro. La nómina de enterramientos que se encuentran en esta situación es muy significativa. En el panteón Parroqué se ha perdido la parte superior del ala del ángel del lado derecho y el rostro de Cristo ha quedado desfigurado a consecuencia de la fragmentación de la piedra. La cruz se halla muy deteriorada y con el tiempo podría llegar a caer. Del panteón de José Manso debemos reseñar la pérdida parcial de la corona floral que rodea la cruz situada sobre su frontispicio. Por último, el ángel del panteón de Borao ha sufrido pérdidas volumétricas en la parte superior de las alas. Asimismo, estos enterramientos y otros muchos muestran el ataque de líquenes y otros agentes vegetales que perturban la contemplación de las obras. El PGOU de Alagón debería incluir en su regulación todo lo relativo al mantenimiento y conservación por parte de los particulares del cementerio, pues su interés como conjunto histórico está fuera de toda duda. En cualquier caso, los propietarios de enterramientos históricos deberían contraer la misma obligación  que la Ordenanza de convivencia urbana establece para las viviendas: Los propietarios de las construcciones están obligados a mantenerlas en buenas condiciones de conservación, seguridad, salubridad y ornato público.

sábado, 29 de octubre de 2016

Recordando a un dominico alagonés en el VIII Centenerio de su Orden.

En el Heraldo de Aragón del lunes 24 de octubre ha aparecido un interesante artículo, firmado por Laura Mateo, en el que se hace un recorrido por las calles y plazas de Zaragoza en las que ha dejado su huella la Orden de Predicadores, que este año cumple ocho siglos de existencia.  Leyéndolo nos ha parecido una buena idea recordar que nuestro pueblo, Alagón, también ocupa un lugar importante en la historia de la orden religiosa fundada por el español Domingo de Guzmán (motivo por el que sus miembros son conocidos como dominicos). Puesto que en Alagón nunca tuvieron convento -como sí lo tenían agustinos, franciscanos y jesuitas-, su presencia es escasa, pero no irrelevante.

El epicentro del recuerdo dominicano en Alagón se encuentra en la Calle Padre Garcés, que lleva el nombre de un destacado miembro de dicha orden religiosa mendicante. Probablemente muy pocos alagoneros sabrían decir algo de la biografía de este personaje histórico, aparte de su condición de religioso. Garcés fue, ante todo -y así lo debemos recordar por encima de las polémicas en las que se vio envuelta su figura-, un prolífico escritor y un portentoso orador.


 Antonio Garcés y Maestre nació en la villa de Alagón el 13 de enero de 1701. Estudió Filosofía en la Universidad de Zaragoza y contra los deseos de su padre, que había solicitado para él una de las raciones de la iglesia parroquial de San Pedro, rechazó tales prebendas y tomó la decisión de profesar en una orden religiosa. Intentó ingresar en el convento de los carmelitas de Zaragoza primero, y en la Cartuja Baja después, sin éxito, para ser admitido finalmente en el de Predicadores. Por fin, el 14 de noviembre de 1717 tomó en el Real Convento de Zaragoza el hábito de Santo Domingo ante la presencia de su madre, que vivía en Alagón.

En 1725 se ordena sacerdote y cuatro años después empieza a predicar todos los días de fiesta en la iglesia del mencionado convento. Inicia así una carrera apostólica que le llevaría a recorrer con sus sermones gran parte de la geografía española y que tanta fama le daría en vida, así como después de muerto. Su fama llegó incluso a la Corte de Madrid y los reyes le tuvieron en gran estima. Cuando el primero de noviembre de 1755 se produzca el destructivo Terremoto de Lisboa, cuyos efectos se dejaron sentir también en España, el rey Fernando VI hará llamar a Garcés para hacer misiones con el fin de calmar los ánimos del supersticioso pueblo madrileño.  Poco después, el 2 de enero de 1756, el mismo rey le concedió el honor de predicar a puerta cerrada  a sus Reales Consejos y a todos los Ministros de sus Tribunales y Oficinas de las Secretarías del Despacho Universal. El siguiente en acceder al trono español fue Carlos III que, tras el éxito de aquellas predicaciones, decidió nombrar a Garcés predicador de su real capilla en 1762.

No menos importantes fueron los cargos y responsabilidades que desempeñó Garcés en su Orden religiosa, que le encomendó comisiones de especial confianza y lo hizo su provincial de Aragón en 1765, cargo que ejerció hasta 1769, cuando su salud se hallaba ya muy deteriorada. A principios de febrero de 1773 Garcés cayó enfermo de gravedad, sin que los médicos fueran capaces de reducirle la fiebre. Después de una penosa convalecencia que duró varios días, a las doce y media de la noche del 16 de febrero de 1773 el padre Antonio Garcés exhaló su último suspiro. Pocos minutos después de su fallecimiento, una gran muchedumbre se agolpaba ya a las puertas del convento. Expuestos sus restos mortales en la Sala Capitular, la enfervorizada multitud destroza el confesionario y la barandilla del púlpito del padre, y desnuda su cuerpo, haciendo jirones sus vestiduras con el fin de convertirlas en reliquias. El pueblo había elevado a Garcés a los altares mucho antes de que la Iglesia lo proclamara oficialmente Venerable que es, junto a Beato, una de las categorías previas a la santidad. Las crónicas nos dan cuenta de lo obsceno que fueron los momentos posteriores a la muerte de Garcés, al que se dio sepultura sin que pudieran celebrarse antes sus exequias porque el gentío lo impidió: "Llegó a tanto el exceso, que estaba indecente el cadáver" [...] "El cadáver estaba casi desnudo: a fuerza de soldados y otros hombres de valor, se entró a la sacristía para vestirlo de nuevo".


Estas manifestaciones de duelo se repitieron el 16 de marzo de ese mismo año, cuando se celebraron finalmente las solemnes exequias del finado. Fueron organizadas por las Cofradías de Nuestra Señora de los Dolores y de San Joaquín y contaron con la asistencia del Ilustrísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Zaragoza. Poco después se estampó en Salamanca el retrato de Garcés, que por ser cronológicamente cercano al momento de su muerte, presumimos fiel al aspecto real del dominico. En líneas generales es el mismo que reproducimos en este artículo, pero este es posterior y presenta  algunas variaciones. Y es que la estampa original se convirtió de alguna forma en el retrato "oficial" de Garcés y fue muy reproducida (con modificaciones) en la portada de varios libros y publicaciones. En algunas aparece con un crucifijo entre las manos, en actitud de meditación, y en otras sin él. En cambio, sí se mantiene en todas las versiones la inscripción que aparece en el pedestal en trampantojo sobre el que descansa el óvalo con el retrato del venerable padre: "Retrato del PM Fray Antonio Garcés, del orden de Predicadores, Provincial de Aragón, Examinador Sinodal del Arzobispado de Zaragoza, Predicador del rey, misionero apostólico, fue de exemplar vida, singular opinión y ardiente celo...".  

En el artículo de Heraldo de Aragón se hace una mención al convento al que estamos haciendo referencia en todo momento, el mismo en el que Garcés profesó, predicó, vivió y murió: "De aquel primer convento dominicano ubicado en Zaragoza apenas quedan unos restos poco significativos pero muy bien conservados, donde se ha establecido el Centro de Documentación del Agua y del Medio Ambiente". Esos restos a los que alude la periodista no son poco significativos, como se dice. Se conserva todavía el magnífico refectorio, cuyo aspecto actual podemos apreciar en la fotografía de arriba. De lo que no nos ha llegado nada es de la antigua y amplia iglesia, en cuya cripta descansaron los despojos mortales de Garcés hasta la Desamortización. A partir de entonces, en algún momento indeterminado, cuando se destruyó la mayor parte del complejo monástico, se destruyeron también los restos del dominico alagonés. ¿Les suena esta historia? Guarda muchos paralelismos con lo que dijimos en nuestro anterior artículo sobre Juan Pablo Bonet.

También hemos dicho anteriormente que Antonio Garcés fue escritor. De esta faceta de su personalidad, la más sobresaliente sin duda, hablaremos en otra ocasión.

sábado, 22 de octubre de 2016

Una vida dedicada a la Jota.

Hay quien dice que Alagón solo aparece en los medios de comunicación cuando aquí se produce un hecho considerado socialmente como negativo o reprobable, nunca para hablar de nuestras virtudes y grandezas. Quizá por ello, como una forma de contrarrestar esa imagen, el equipo de VIDA ALAGONESA se propuso en su fundación el deber de dedicar una parte substancial de sus contenidos a aquellas iniciativas que pudieran mejorar nuestro pueblo y no a aquellas que solo representan ausencia de valores, incivismo y desunión. Esta semana nos llena de orgullo poder dar cuenta de una de esas escasas buenas noticias que a todos nos gustaría leer en la prensa. Y es que mañana en Alagón va a tener lugar uno de esos actos de justicia que todos los grandes hombres y mujeres debieran tener en vida pero que, en ocasiones, jamás llegan a buen puerto por la ingratitud de unos y la indolencia de otros. Por fortuna, este no va a ser el caso de Dña. Celia Sanz y D. Germán Santabárbara, dos insignes alagoneros que supieron lograr para sí, a base de humildad, trabajo y honradez, el respeto y la consideración unánime de los vecinos de esta villa. Algo así no es fácil y por eso pocas personas lo consiguen. Pero para demostrar al mundo que el afecto sigue muy vivo entre todos aquellos que han tenido el privilegio de conocer a este matrimonio excepcional, sus familiares y  amigos les tributarán a las cinco de la tarde un grandioso homenaje. Se espera gran afluencia de público. Nadie quiere perderse esta gran fiesta de la jota, una de esas ocasiones irrepetibles que se producen una vez en la vida. Todo sea por Germán y Celia. Se lo merecen. Ellos pertenecen a ese exclusivo grupo de matrimonios que han envejecido de la mano de la jota y queriéndose como el primer día (a este grupo pertenece El Pastor de Andorra y su mujer Pascuala). Su ejemplo debería inspirar a muchos. Buena oportunidad es también para quitarnos, de paso, el sambenito de pueblo desagradecido e ingrato hacia nuestros ilustres que llevamos arrastrando desde hace siglos. Mañana estará presente el ayer y el hoy de la jota, pero al Ayuntamiento se le echará en falta. Hace tiempo que nuestra Corporación debería haber movido ficha, reconociendo de forma oficial la excepcional trayectoria de estos vecinos. No se ha hecho porque no ha habido voluntad. Es un hecho constatable que en nuestro pueblo no existe una cultura administrativa premial, algo que sí ocurre en otros países europeos, más acostumbrados que nosotros a enorgullecerse de su pasado y presumir de sus héroes. En el momento de escribir estas líneas, nos consta la existencia de una iniciativa ciudadana que pretende dedicar a Celia y Germán una calle que perpetúe su memoria. No sabemos si sigue adelante ni si hallará respuesta por parte de las primeras autoridades locales. En cualquier caso, la recibimos con interés y estaremos atentos a los avances que se produzcan en este sentido. Otorgarles el título de hijos predilectos de Alagón sería también una posibilidad, aunque la concesión podría verse entorpecida por el mero hecho de que en Alagón no existe ningún reglamento que regule este tipo de honores y distinciones.
Alagón es un pueblo jotero como el que más pero en este ámbito, como en tantas otras cosas, no hemos sabido promocionarnos. Otros sitios con menos tradición folklórica que Alagón han logrado, a base de repetirlo hasta la saciedad, que los demás les reconozcan un pedigrí que ni por historia ni tradición deberían ostentar. Suerte que al menos Celia y Germán llevaron orgullosos su condición de alagoneros y lograron que la estrella de la jota no se apagase en nuestro pueblo.  Sería prolijo intentar glosar aquí la historia de la jota en Alagón, por lo que nos abstendremos de hacerlo. Sin embargo, consideramos imprescindible dejar escritos algunos apuntes que pongan en contexto a las personas que mañana se va a homenajear. Germán y Celia se merecen todo el protagonismo en el día de hoy, pero más adelante creemos necesario escribir otro artículo en el que expongamos de forma detallada los motivos históricos y sociales por los que Alagón es baluarte inexpugnable de la jota. Y no son pocos.
La jota es un fenómeno eminentemente popular y, como cualquier manifestación surgida en el seno del pueblo, sus orígenes están rodeados de una nebulosa. Por mucho que se ha escrito y por más que los estudiosos han especulado, a día de hoy no podemos afirmar con exactitud desde cuándo se canta o se baila en nuestra tierra. En cualquier caso, la jota se desarrolla y alcanza su plenitud actual a lo largo del siglo XIX. No resulta difícil imaginarse las primeras rondas joteras que seguramente recorrieron nuestras calles, cantando a la belleza y la juventud de las mozas que acudirían a Zaragoza a vender sus productos pregonando aquello de Al buen pan de Alagón, que daría lugar a una de las coplas más célebres de nuestro folklore. El primer cantador alagonés importante del que tenemos constancia fue D. Jacinto Luna, al cual encontramos en 1928 cantando en Barcelona bajo la dirección del reputado jotero D. Miguel Asso. Parece ser que Luna también era bailador y su pareja en aquel concurso fue Regina García. Como curiosidad, debemos decir que esa noche actuó también la gran Jacinta Bartolomé. Por aquella época la jota empezaba a renacer en nuestro pueblo gracias a la titánica labor de Pedro Gracia "el Ciego", alma de "Los Joteros de Alagón", marca que acuñaría el sagaz periodista de Heraldo de Aragón D. Fernando Soteras Mefisto. En los difíciles primeros años de la década de los treinta, cuando todo el mundo daba por muerta a la jota y las rondas habían dejado de oírse ya en Albalate del Arzobispo, Uncastillo, Cariñena o Gallur; Mefisto se dio cuenta de que en Alagón todavía se mantenían las viejas esencias joteras y decidió contarlo a sus lectores a través de las páginas de su periódico. Por aquella época destacaron otros cantadores como Francisco "El de los Heraldos", su hija Conchita Royo, campeona del concurso de aficionados de 1934 y que después de la Guerra Civil se fue a Barcelona y allí cantó durante muchos años en el Centro Aragonés; Benita Capapé, una de las mejores voces que se recuerdan y Sara Ibáñez, que dejó de cantar tras su matrimonio y se dedicó a la docencia. Este esplendor tuvo un abrupto desenlace con la Guerra Civil y en la posguerra Alagón se convirtió en un páramo cultural. Se perdió la jota, las bandas de música y el dance. El dance sería precisamente el motor que impulsó la recuperación de la jota después del conflicto bélico. En 1948-1949 Visitación Arilla, por medio de la Sección Femenina, llamó a unas cuantas chicas y con ellas fue posible formar dos grupos de paloteo-dance, que tuvieron como profesores a  Ramón "El Cuchares" y Pedro Morales. La rondalla, que se estructuró a tal fin, estaba a cargo de Antonio Santabárbara. Cuando el folclore local tenía ya la suficiente fuerza, Alagón participó en el concurso regional y quedó empatado a puntos con Escatrón, lo que les valió luego bailar durante una semana en el Rincón de Goya y en el Teatro Circo y la Feria de Muestras. Obtuvieron el primer premio, lo que les daba opción de ir a Madrid para competir en la fase nacional; pero este viaje no llegó a realizarse.
En 1950-1951, los componentes de la rondalla de Alagón, la mayoría discípulos de Pedro "el Ciego", formaron al completo y se llamó a las jóvenes que habían estado en Zaragoza, pues algunas de ellas habían aprendido allí a bailar, y como había una larga tradición de rondalla, querían que hubiera también un buen cuadro de bailadores. Para ello se solicitó el concurso de Ángel Argota, que en aquellos tiempos era el campeón de Aragón de baile, y se llegó a tener ocho parejas de mayores, cuatro de juveniles, cuatros voces de mujeres y otras tantas de hombres, además de los infantiles. En 1954 se constituyó una sociedad a tal fin, cuyo primer presidente fue D. Luis Latorre Ferriz. Por estas mismas fechas acudieron a Zaragoza, para aprender a cantar con Jacinta Bartolomé, el propio Luis Latorre, nuestra Celia Sanz e Ignacio González. Más tarde lo harían igualmente Miguela y Alicia Rodríguez y Elena Mateo. En la rondalla destacaba Germán Santabárbara como una de sus primeras figuras. Con ello quedaron sentadas las bases de un nuevo grupo de "Los Joteros de Alagón", que prodigó sus actuaciones dentro y fuera de la provincia de Zaragoza, hasta 1957, en que se deshizo.

Llegados a este momento de nuestra historia, a los años 60 del pasado siglo, salta al escenario con luz propia Dña. Celia Sanz Langoyo, conocida como La Polaca, la gran dama de la jota en Alagón y nuestra mejor jotera de todos los tiempos. Sentimentalmente su nombre permanecerá ligado por siempre al Gran Concurso de Homenaje y Exaltación de la Jota, cuya primera edición se celebró en la Plaza de Toros de Alagón en 1966. Fue durante su corta existencia una cita jotera muy prestigiosa, en la que participaron relevantes figuras del folclore aragonés, como Pilarín Bueno, José Iranzo, Carmelo Betoré, Mariano Arregá o Aurora Tarragual. Tampoco faltó la presencia, en un acontecimiento así, de D. Demetrio Galán Bergua, el jotero mayor de Aragón. Destacó especialmente Celia Sanz, que en 1967 -segunda edición del concurso- ganó el primer premio de cantadora aficionada, y el primero también de dúos con Néstor Pérez, además de ser galardonada con la Copa del Ministerio de Información y Turismo como mejor cantadora del Concurso. El legado más visible del Certamen fue la gran guitarra que mandó construir a escala el entonces propietario de la plaza, D. Ponciano Vera, para que salieran al escenario los joteros por el agujero del instrumento. Una guitarra que ha sido felizmente restaurada por un grupo de vecinos para que luzca con todo el esplendor en nuestras fiestas.
Tales acontecimientos sirvieron para consolidar al grupo folclórico de Alagón y para sentar las bases de la Escuela Municipal de Jota, que en 1988 contaba ya con 120 alumnos bajo la dirección y el fecundo magisterio de Celia y Germán. La escuela y el grupo Los Joteros de Alagón participaron hasta su disolución en numerosos festivales en la comunidad aragonesa y fuera de ella, llevando el nombre de Alagón allende nuestras fronteras. No les falta razón a aquellos que dicen que sin Germán y Celia la jota no existiría en Alagón o, por lo menos, con menos vigor del que ahora tiene.
La trayectoria de Celia Sanz ha sido impresionante. Su mayor triunfo lo consiguió el 9 de octubre de 1972 en el Teatro Principal de Zaragoza al alzarse con el primer premio del Certamen Oficial de Jota, que por entonces estaba acompañado de una gratificación económica de seis mil pesetas. El jurado lo componían D. Andrés Cester Zapata, D. Angel Jaria, D. Jesús Gutiérrez, D. Anselmo Gracia, D. Ángel Argota y D. Manuel Villanueva, autor del célebre Bolero de Alagón. Anteriormente, en 1968 y 1969, había obtenido sendos segundos premios en el Certamen Oficial, dotados con mil quinientas pesetas cada uno. También como profesional fue galardonada en el Oficial de Fuendejalón, un pueblo jotero de pro. Celia es la única persona de Alagón que ha recibido un primer premio en el Certamen de Zaragoza, de ahí lo excepcional de su figura.
Por último, VIDA ALAGONESA quiere agradecer a los organizadores del homenaje de mañana que hayan decidido por fin dar un paso adelante y hacer justicia con Celia y Germán en el momento preciso. Porque, como cualquiera de sus semejantes y aunque sea triste decirlo, ellos no son inmortales y no van a estar siempre entre nosotros. Lo que si es inmortal, y lo será siempre, es el legado que deja este matrimonio, la gran pasión de sus vidas, la jota, que mientras existan personas como ellos, no morirá jamás.

sábado, 15 de octubre de 2016

Alagón tiene una deuda histórica con Juan Pablo Bonet (2ª parte)

Continuamos con la segunda parte de nuestro humilde homenaje a Juan Pablo Bonet. Si en la anterior entrega nos ocupábamos de la realidad histórica, de los vínculos ciertos existentes entre este personaje y Alagón; la presente la dedicaremos a hablar de la ficción histórica. Es decir, de aquellos datos que historiadores y biógrafos consideraron correctos durante años pero que hoy, a la luz de nuevas investigaciones, descartamos por haberse demostrado su manifiesta falsedad. El iniciador de los estudios modernos sobre Juan Pablo Bonet fue el lingüista D. Tomás Navarro, autor de unos  breves pero bien documentados Datos biográficos, auténtico punto de partida de todos los trabajos que se han escrito posteriormente sobre el ilustre torrero. Tomás Navarro se procuró nuevos documentos a añadir a los conocidos, entre los que ocupa un lugar muy destacado el expediente Pruebas de caballeros, que contiene la encuesta de averiguación de la nobleza y limpieza de sangre de Juan Pablo. En su realización se invirtieron 117 jornadas en total por parte de cinco equipos distintos, que entre el 2 de noviembre de 1626 y el 12 de noviembre de 1627 se movieron en lugares tan lejanos entre sí como Jaca y Agudo (Ciudad Real). Los investigadores también estuvieron en Alagón, donde recogieron el testimonio de María Tarazona, natural del Castellar y avecindada en nuestra villa. Sobre la apoyatura documental de la obra de Navarro, el tarraconense D. Miguel Granell y Forcadell publicó en 1929 su Homenaje a Juan Pablo Bonet. En este escrito hallaremos el origen de la mayoría de las  falsedades que sobre Pablo Bonet se han dicho, algunas de las cuales han llegado hasta el presente a través de las enciclopedias y libros de divulgación. No fue hasta 1995 cuando D. Ramón Ferrerons y D. Antonio Gascón se propusieron abordar la figura de Pablo Bonet desde la precisión y el rigor metodológico, en su obra Juan Pablo Bonet. Su tierra y su gente. Ambos autores trataron de desterrar las ideas infundadas que se habían dicho hasta entonces. El libro, del cual hemos extraído gran parte de la información que reproducimos en este artículo, fue editado conjuntamente por la Diputación de Zaragoza y el Ayuntamiento de Torres. Escribió el prólogo otro torrero ilustre, D. Antonio Caparrós Benedicto, el que fuera Catedrático de Psicología y Rector de la Universidad de Barcelona. Entre otras cosas, Caparrós afirmaba en su escrito que "los de Torres tenemos la responsabilidad de fomentar su conocimiento histórico [de Pablo Bonet]". Como apuntábamos la semana pasada, creemos que Alagón comparte con Torres una porción de dicha responsabilidad, que no debemos seguir ignorando por más tiempo.
¿En qué consistió la labor pseudohistoriográfica de Granell? En fabular, como si de un literato se tratara, para completar los exiguos datos biográficos disponibles hasta lograr un extenso y pretencioso libro. No dudó en inventarse datos biográficos adicionales: "Su tío Bartolomé, que vivía en Alagón, se llevó a su sobrino Juan para que ingresara en la clase de instrucción primaria, que dirigía la Orden Franciscana [...] los Padres franciscanos [...]" Es decir, a partir de una lectura equivocada de D. Tomás Navarro por la que vincula a su tío Bartolomé con Alagón cuando, del testimonio de uno de los testigos de la encuesta se desprende que era su criado Juan Francés de Esclasate el natural de nuestro pueblo y no él mismo y, supuesta una decisiva relación tío-sobrino, dio por hecho el traslado del niño Juan al pueblo que, al fin y al cabo, estaba situado a poco más de una legua del suyo natal. Contribuye, por otra parte, a dar un aire de similitud a esta afirmación el hecho de que en Alagón, como ya sabemos, existiera un convento de franciscanas descalzas. Señalaremos de paso que en estas pobres franciscanas debió hallar la inspiración para sacarse de la manga a unos "Padres franciscanos" maestros de Juan Pablo. Lástima que durante la infancia de este no existiera en Alagón dicho convento.  El prestigio personal del autor, que era Director del Colegio de Sordomudos de Madrid, era razón suficiente para que sus fabulaciones circularan durante años sin que nadie se propusiera cuestionarlas.
Fue en 1930 cuando vio la luz Juan Pablo Bonet y su obra. Biografía y crítica, de Jacobo Orellana y Lorenzo Gascón. Estos, aunque incomparablemente más rigurosos que Granell, tampoco se libraron de cometer errores de interpretación de los documentos históricos. Dijimos la semana pasada que Pablo Bonet dispuso poco antes de morir la creación de una capellanía; su dotación económica provenía de un treudo sobre unas casas de la parroquia (barrio diríamos hoy) de San Gil en Zaragoza. Malinterpretando estos papeles, Orellana y Gascón llegaron a la conclusión de que Pablo Bonet "ordenó la fundación de una capellanía en la parroquia de San Gil (sic)" cuya escritura pretenden aclarar en nota, y donde se infiere que "se halla en el Archivo Histórico Nacional, Sección Clero, Franciscanos (sic) de Aragón, Zaragoza, Leg. 7" Orellana y Gascón se estaban refiriendo a los legajos de Alagón (que no de Aragón) y de franciscanas (en femenino) que no de franciscanos (en masculino). Quizá por este motivo nadie se dio cuenta de que los restos de Pablo Bonet podían estar enterrados en el convento de Alagón, un desafortunado "despiste" que décadas después lo condenaría al derribo, sin que se tuviera entonces la menor precaución hacia los restos óseos depositados en el edificio. Estos trabajos de Granell y de Orellana y Gascón evidencian una lamentable forma de hacer Historia, bastante común en otros tiempos, y nos recuerda el peligro de  que los historiadores no ejerzan su oficio con honradez y fidelidad a la verdad.
El 30 de noviembre de 1927 el Ayuntamiento de Torres tributó un gran homenaje a Juan Pablo Bonet. Fruto de aquella celebración, a la que había sido invitado el propio Granell, apareció el mencionado libro Homenaje a Juan Pablo Bonet. En cumplimiento de una promesa que había hecho a la prensa, Granell decidió incluir en la obra un retrato inédito del pionero de la educación de sordomudos. Y es que durante aquel homenaje de 1927 había afirmado "que si encontraba un retrato se elevaría una estatua a Bonet en el pueblo, a costa de su bolsillo particular". (Bonet tiene dedicados sendos monumentos en Madrid y Barcelona). Puesto que no halló el retrato, Granell, consumando manipulador de hechos y verdades históricas, tuvo la ocurrencia de urdir una falsificación y hacerla pasar por el retrato auténtico de Pablo Bonet. El presunto retrato, que reproducimos arriba, salió de la imaginación del artista sordo José Zaragoza siguiendo indicaciones de Granell. Con motivo del tercer centenario de la muerte de Pablo Bonet, la idea de Granell se hará efectiva, inaugurándose el 29 de octubre de 1933 en Torres un magnífico busto que había sido realizado por el escultor Félix Burriel tomando como modelo el dibujo de José Zaragoza. La construcción del monumento fue posible gracias a diversos donativos aportados tanto por ayuntamientos e instituciones como por particulares. El Ayuntamiento de Alagón contribuyó el 23 de enero de 1933 con 25 pesetas, una cantidad nada despreciable para la época y, desde luego superior a las aportaciones de otras localidades aragonesas como Pedrola (20 pesetas), Tauste (5 pesetas), Teruel (10 pesetas) o Cariñena (5 pesetas). Entre los particulares, una de las principales aportaciones fue la del ilustre torrero General Mayandía, que contribuyó con 100 pesetas. Este militar tuvo, durante un breve lapso de tiempo, calle en Alagón en agradecimiento a las gestiones que había realizado para la obtención de una subvención para la construcción de las escuelas de Barrio Nuevo, inauguradas en 1929. Pero esto ya es otra historia...

sábado, 8 de octubre de 2016

Alagón tiene una deuda histórica con Juan Pablo Bonet

Recordarán que el pasado 1 de octubre les contábamos la crónica de nuestra excursión al Castellar, paraje en el que existió en tiempos una populosa villa - despoblada en la actualidad- y fue precisamente en ella donde  nació el personaje histórico al que hoy dedicamos nuestro reportaje. La casualidad es que dicho personaje, Juan Pablo Bonet, ha aparecido estos últimos días hasta en dos medios de comunicación distintos: Heraldo de Aragón y Ribera 2000.  Fue en el suplemento escolar del Heraldo del pasado miércoles donde apareció un artículo firmado por D.ª Marisancho Menjón en el que de forma sencilla y clara explicaba a los más jóvenes la importancia del autor del tratado "Reducción de las letras y Arte para enseñar a hablar a los mudos".  Pero también leemos en Ribera 2000 Nº 808 que Torres de Berrellén quiere poner en valor la figura de Juan Pablo Bonet. Antes de entrar a valorar la noticia, nos parece conveniente entresacar el primer párrafo: "Torres de Berrellén tiene un gran potencial todavía por explotar para el desarrollo socio-cultural en torno a la figura de Juan Pablo Bonet y su obra por lo que se han puesto en marcha en la localidad un proyecto para la puesta en valor del torrero más ilustre. La iniciativa pretende promover actividades alrededor de su figura y el primer objetivo es potenciar la interacción con la agrupación de personas sordas". 

Sin querer enemistarnos con nuestros vecinos, debemos reivindicar que Juan Pablo Bonet es casi tan alagonés como torrero. Dos jalones principales marcan la vida de toda persona: nacimiento y muerte. En la vida de Pablo Bonet, Torres representa el primer momento, Alagón el postrero. Y puesto que en Torres se han propuesto recuperarlo, nosotros deberíamos hacer lo propio, máxime si tenemos en cuenta que Alagón cometió hace décadas un imperdonable agravio hacia la memoria de este prohombre y todavía hoy no lo hemos reparado.


¿Cuáles eran los vínculos que le unían a Alagón? En primer lugar, los familiares. El hermano menor de su abuelo Francisco, Juan, antes del abandono del Castellar se había trasladado a Alagón, donde lo hallamos residiendo con su esposa Jerónima de Gavade en 1574. También residían en Alagón los Compán, una familia emparentada con los Bonet. En su testamento, Juan Pablo habla de "Raymundo de Compán, mi sobrino, hijo de Geronimo Compán, mi primo". Padre e hijo debían tener en Alagón otros parientes, pues leemos en 1593 "yo Joan de compan mayor Infançon domiçiliado en la Villa de alagon allado de presente en el lugar de torres de berrellen [...] ago procurador mio a martin de compan mi hijo". A tenor de la documentación de la época, parece ser que se trató de ocultar en cierta medida el parentesco existente entre los Compán y Juan Pablo Bonet. La razón bien pudiera ser el origen judeoconverso de los Compán y del propio Juan Pablo, un estigma que en el siglo XVI podía inhabilitarte para desempeñar oficio o cargo público, en los que se exigía acreditar la "limpieza de sangre".


El segundo vínculo de Juan Pablo Bontet con Alagón quizá esté también en relación con esa supuesta ascendencia judaica. Para la mentalidad hidalga de la época, la mejor forma de ocultar a ojos de los demás este inconfesable secreto era a través de la realización de obras pías. Y eso es precisamente lo que hizo el 20 de junio de 1622 junto a su primo Jerónimo Compán.  El año anterior, un pariente de ambos, D. Jerónimo Alcañiz y Compan, había fundado en Alagón el Convento de Nuestra Señora de la Concepción de monjas franciscanas. Sus primeras moradoras procedían de los Conventos de Santa Clara de Borja y Santa Clara de Tudela. Pues bien, en junio de 1622 Juan Pablo Bonet acababa de regresar de Roma, a donde había acompañado al conde de Monterrey en misión diplomática. Es entonces cuando se convierte en patrono de las monjas franciscanas de Alagón. Algunas de las prerrogativas que otorgaba este nombramiento era colocar su escudo de armas en la iglesia así como construir un enterramiento en su interior. Esta prerrogativa la hizo valer poco antes de su muerte.

En 1633 se añadió un codicilo al testamento original de Pablo Bonet, en el cual se modificaba la cláusula que establecía donde había de ser enterrado a su fallecimiento. Establece dos sepulturas, una provisional en Madrid, lugar donde le sorprendió la muerte, y otra definitiva, en Alagón. ”… que si Nuestro señor fuere servido de le llevar (sic) de la presente enfermedad, sea su cuerpo depositado en la iglesia y monasterio del señor san Martín, en la sepultura que allí tiene, de donde manda que Don Diego, su hijo, con la mayor brevedad que sea posible aga (sic) llebar sus guesos (sic) al entierro de Nuestra señora de la Concepción de la villa de Alagón de la que es patrón”.

Asimismo, y para la salvación del alma del finado, su mujer debía fundar en el Convento una capellanía, que estaría dotada de una importante aportación económica. La documentación que acredita las últimas voluntades de Pablo Bonet se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, Sección Clero: “[…] yo doña Mencía de Ruicereço viuda del difunto Juan Pablo Bonet […] digo que el testamento cerrado que el dicho mi señor y marido y yo otorgamos de un acuerdo y conformidad en la Ciudad de Guadalajara a dos dias del mes de Agosto del año de mil seiscientos y veinte y ocho y por otro codicilo que ottorgo el dicho mi marido tambien cerrado en esta dicha villa (de Madrid) en treinta de henero del año de (mil) seiscientos y treinta y tres que por su muerte se abrieron con la solemnidad del drecho por mandado de la Justicia ordinaria de esta villa ante el presente escribano (Jerónimo Sánchez de Aguilar) en dos de febrero del dicho año mandamos se fundase una Capellanía de una misa perpetua todos los dias en el monasterio de nuestra señora de la Concepción de Alagon por nuestras almas y de nuestros padres y deudos […]”.

Este convento, como saben ustedes, fue tristemente derribado hace unas décadas. Además de una pérdida irreparable para el patrimonio histórico fue, como acabamos de ver, una injusticia hacia la memoria de este pionero de la fonética y la logopedia.  De este modo, D. Antonio Gascón, que estaba escribiendo un artículo de divulgación sobre la vida y obra del torrero, se pone en contacto en abril de 1985 con el Ayuntamiento de Alagón para recabar información, sabedor de que la última voluntad de Juan Pablo era ser enterrado en el Convento del que era patrono. Esta fue la respuesta del por entonces alcalde D. Rogelio Castillo: “En contestación a su atento escrito recibido en esta Alcaldía el día 11 del actual […], me complace comunicarles lo siguiente:
Efectivamente ha sido derribado el Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción, que aquí era conocido como Iglesia de Religiosas Franciscanas.
En cuanto a los restos que había enterrados en la cripta de la mencionada iglesia fueron depositados en varios nichos que la Congregación adquirió en el Cementerio de esta localidad, y con objeto de aclararles si entre ellos estaban los de Juan Martín Pablo Bonet (sic), he recabado informes de la Superiora del convento de Religiosas Franciscanas de la Inmaculada, que regentan el Colegio de sordomudos, en Zaragoza, por si tuvieran el archivo de la fundación y hubiera constancia en él si efectivamente y en qué fecha fue enterrado, habiéndoseme contestado que ella no tenía noticia alguna del mismo, por cuyo motivo lamento no poder aclararles este extremo […]”.

Después de que las pesquisas por él realizadas concluyeran en un rotundo fracaso, D. Antonio Gascón ha llegado al siguiente razonamiento, que les reproducimos literalmente por considerarlo de sumo interés: "En resumen, el autor actual no puede afirmar, ni a favor ni en contra, que los huesos de Pablo Bonet fueran trasladados desde Madrid a Alagón (Zaragoza), hipotéticamente, cuando su viuda, fundó aquella capellanía en 1652. Del mismo modo que tampoco está en condiciones de poder afirmar que cuando se derribó aquel convento de Alagón, antes del año 1985, sus huesos estaban depositados allí, y que de acuerdo con los comentarios del alcalde, estos puedan estar hoy en día, depende, depositados en un nicho del cementerio municipal de Alagón, o en el río Ebro, al ir a parar allí muchos de los escombros de aquel edificio del siglo XVII, según el testimonio de algunos vecinos, ya que los escombros de las obras locales, en aquella época, servían para reforzar los diques de defensa del río".

Desalentados por estas palabras y queriendo confirmar con mayor certeza la triste posibilidad de que los restos de Juan Pablo Bonet hubieran podido acabar así, con la mayor indignidad, VIDA ALAGONESA se ha puesto en contacto con D. Manuel Serrano Villalba, historiador y uno de los mayores expertos en estos asuntos. Él tuvo la oportunidad de acceder a los enterramientos del convento antes de su derribo y puede aportarnos información de primera mano. Ante la pregunta de si Juan Pablo Bonet estaba enterrado en el convento, Serrano abre la posibilidad de que dicha inhumación no llegara a producirse puesto que ninguno de los nichos que pudo ver contenía inscripción alguna que lo identificara. Es de suponer que si Juan Pablo Bonet hubiera estado enterrado en el Convento de las Monjas, dada su condición de patrono del establecimiento religioso, se habría señalado de forma debida su tumba con su nombre y su escudo de armas perpetuando así su memoria. De estar en lo cierto, los restos de Pablo Bonet no habrían sido trasladados nunca de su tumba provisional en el monasterio benedictino de San Martín de Madrid, un edificio que también fue derribado por lo que, la única certeza que tenemos es que sus restos mortales se han perdido para siempre.

En cualquier caso, habría que pedir perdón a todos los habitantes de Torres de Berrellén por no haber hecho todo lo posible para salvar el enterramiento de su hijo más ilustre. Alagón podría haberse convertido junto con Torres en lugar de peregrinación laica de personas sordas, pero hemos dejado pasar de largo esta gran oportunidad. Como acto de reparación o desagravio se nos ocurren tres posibilidades: dedicarle una calle (mejor serán los nombres de los territorios de la Corona de Aragón), una placa en la Plaza de las Monjas que recuerde que allí se alzaba un convento del que Juan Pablo Bonet fue patrono o firmar un acuerdo de colaboración con el Ayuntamiento de Torres para organizar de forma conjunta una campaña de divulgación que lleve el estudio de este personaje a los colegios de ambas localidades. Nos gustaría que nuestra concejala de Cultura, D.ª Mª del Mar Cazaña García, tomara buena nota de estas propuestas. Solo con voluntad y altura de miras se podrá saldar una deuda histórica con Juan Pablo Bonet.

sábado, 1 de octubre de 2016

El último domingo de septiembre y la fraternidad entre dos pueblos.

El pasado día 25 de septiembre, un corresponsal de VIDA ALAGONESA se desplazó hasta la ermita de la Virgen del Castellar para cubrir la romería. Una tradición que, como saben, se repite dos veces al año: el 8 de mayo y el último domingo de septiembre. Nos gusta decir que esta romería es un acto de fraternidad entre dos pueblos, sin embrago, en estos tiempos la afluencia de vecinos de Alagón ha decaído notablemente. Habría que preguntarse los motivos. Nosotros aquí nos limitamos a plantear el debate.

Nos levantamos con las más desfavorables previsiones meteorológicas, que anunciaban inmisericordes lluvias aquí y allá. Y aun a pesar de que un cielo plomizo parecía confirmar nuestros peores presagios, nos lanzamos a la carrera en dirección a la simpática localidad de Torres de Berrellén. Ni siquiera el tiempo podía apearnos de nuestro objetivo, tan largamente meditado y anhelado. Y es esto  testimonio elocuente de hasta donde está dispuesta a llegar esta redacción de VIDA ALAGONESA por acudir puntualmente a la cita semanal con sus lectores, a los que no queremos defraudar haciéndonos indignos de las expectativas que han depositado en nosotros.

Dejamos Torres atrás y enfilamos el camino que conduce hacia el embarcadero. Nos recibe airado el barquero, un hombre maduro y franco, al que años de trabajo han curtido y desengañado. Cruzamos por fin el Ebro con la emoción de sentirnos marineros en tierra adentro. Mientras los barqueros se valen de la sirga para acercarse a la otra orilla, no podemos evitar acordarnos de aquel poemario de Rafael Alberti de 1924 y dejarnos llevar por la nostalgia y belleza de sus versos: "Si mi voz muriera en tierra,/llevadla al nivel del mar/y dejadla en la ribera".




Empezamos a subir la cuesta que conduce a la ermita con paso firme y decidido. Hacemos algún alto en el ascenso, no por falta de aliento, sino para contemplar las magníficas vistas. Al adentrarnos en el recinto militar somos conscientes de que nuestro objetivo ya está cerca. Alcanzamos la cima. La entrada a la ermita presenta un magnífico aspecto. Por un día, hay bullicio y vida en el lugar. Son muchas las personas que, como nosotros, no se han dejado amedrentar por el cielo gris. El destartalado aspecto exterior de la ermita poco tiene que ver con su interior, que año tras año es cuidado con esmero por los devotos hijos de Torres.

Pasamos al interior y descubrimos una iglesia de planta rectangular, sin capillas laterales y con coro alto a los pies. Se cubre con techumbre plana decorada con casetones. Las paredes están decoradas imitando el despiece isódomo de sillería y, en la parte baja de las mismas, hay un zócalo pintado en trampantojo que imita madera. Preside la ermita un retablo decimonónico, de gran sencillez, que consta de tres calles separadas por columnas dóricas. En la central, aparece la talla de vestir de la Virgen; en la de la izquierda, un lienzo de San Pedro Apóstol, reconocible por sus atributos habituales: las llaves y el gallo; y a la derecha, una pintura de Santa María Magdalena, copatrona de Torres, cuya fiesta se celebra el 22 de julio. Ambas imágenes son de discreta calidad y presentan un deficiente estado de conservación. Más arriba de la calle central, sobre el entablamento, aparece una representación del Espíritu Santo rodeado de nubes con rayos luminosos, todo dentro del gusto barroco. En la parte superior, en un segundo cuerpo del retablo, a modo de ático, hay una pintura de San Miguel Arcángel, de similar factura a las otras pinturas, flaqueada por jarrones.

Completa la decoración de la ermita una estampa de la Virgen del Pilar, sendos cuadros del Sagrado Corazón de Jesús y de María, un viacrucis y un púlpito. No hay nada de interés en la ermita, su valor es el de la devoción y el del afecto que muchas personas profesan a este recinto. Antes de las once y media dio comienzo una Misa, con gran concurrencia de público y presidida por las autoridades de Torres.


Cuando acaba la Misa, la gente inicia el descenso hacia el río. Nosotros hacemos lo propio, pues queremos subir a la barca cuanto antes. Recordemos que el peligro de lluvia sigue ahí. Pero antes de tomar el camino, nos despedimos de la Virgen del Castellar. Puesto que no sabemos si necesitaremos de fuerzas sobrenaturales para el éxito de nuestro proyecto, por si acaso, decidimos encomendarnos a Ella, pidiéndole que la labor de VIDA ALAGONESA tenga continuidad por muchos años. Cruzamos a la otra orilla y, sin entretenernos más, empezamos a desandar el camino. Nos dicen que la última barca sale a las cuatro y media. Llegando, por fin, indemnes y secos, a Alagón, nos felicitamos porque ha vuelto a salir el sol. Pensamos entonces que tal vez nuestros ruegos a la Virgen han surtido efecto. Quién sabe. Lo único casi seguro es que al año que viene habrá que regresar. Lo hemos prometido.

Con este artículo iniciamos una serie dedicada a los pueblos de la Ribera Alta del Ebro. Desde nuestra creación, uno de los principales objetivos que nos hemos marcado es el de contribuir, a través del conocimiento de la historia, a la convivencia entre los ciudadanos de esta comarca y al sentimiento de pertenencia a una comunidad con personalidad propia, ubicada en el mundo moderno actual y con una voluntad firme de avanzar hacia el futuro.