sábado, 29 de octubre de 2016

Recordando a un dominico alagonés en el VIII Centenerio de su Orden.

En el Heraldo de Aragón del lunes 24 de octubre ha aparecido un interesante artículo, firmado por Laura Mateo, en el que se hace un recorrido por las calles y plazas de Zaragoza en las que ha dejado su huella la Orden de Predicadores, que este año cumple ocho siglos de existencia.  Leyéndolo nos ha parecido una buena idea recordar que nuestro pueblo, Alagón, también ocupa un lugar importante en la historia de la orden religiosa fundada por el español Domingo de Guzmán (motivo por el que sus miembros son conocidos como dominicos). Puesto que en Alagón nunca tuvieron convento -como sí lo tenían agustinos, franciscanos y jesuitas-, su presencia es escasa, pero no irrelevante.

El epicentro del recuerdo dominicano en Alagón se encuentra en la Calle Padre Garcés, que lleva el nombre de un destacado miembro de dicha orden religiosa mendicante. Probablemente muy pocos alagoneros sabrían decir algo de la biografía de este personaje histórico, aparte de su condición de religioso. Garcés fue, ante todo -y así lo debemos recordar por encima de las polémicas en las que se vio envuelta su figura-, un prolífico escritor y un portentoso orador.


 Antonio Garcés y Maestre nació en la villa de Alagón el 13 de enero de 1701. Estudió Filosofía en la Universidad de Zaragoza y contra los deseos de su padre, que había solicitado para él una de las raciones de la iglesia parroquial de San Pedro, rechazó tales prebendas y tomó la decisión de profesar en una orden religiosa. Intentó ingresar en el convento de los carmelitas de Zaragoza primero, y en la Cartuja Baja después, sin éxito, para ser admitido finalmente en el de Predicadores. Por fin, el 14 de noviembre de 1717 tomó en el Real Convento de Zaragoza el hábito de Santo Domingo ante la presencia de su madre, que vivía en Alagón.

En 1725 se ordena sacerdote y cuatro años después empieza a predicar todos los días de fiesta en la iglesia del mencionado convento. Inicia así una carrera apostólica que le llevaría a recorrer con sus sermones gran parte de la geografía española y que tanta fama le daría en vida, así como después de muerto. Su fama llegó incluso a la Corte de Madrid y los reyes le tuvieron en gran estima. Cuando el primero de noviembre de 1755 se produzca el destructivo Terremoto de Lisboa, cuyos efectos se dejaron sentir también en España, el rey Fernando VI hará llamar a Garcés para hacer misiones con el fin de calmar los ánimos del supersticioso pueblo madrileño.  Poco después, el 2 de enero de 1756, el mismo rey le concedió el honor de predicar a puerta cerrada  a sus Reales Consejos y a todos los Ministros de sus Tribunales y Oficinas de las Secretarías del Despacho Universal. El siguiente en acceder al trono español fue Carlos III que, tras el éxito de aquellas predicaciones, decidió nombrar a Garcés predicador de su real capilla en 1762.

No menos importantes fueron los cargos y responsabilidades que desempeñó Garcés en su Orden religiosa, que le encomendó comisiones de especial confianza y lo hizo su provincial de Aragón en 1765, cargo que ejerció hasta 1769, cuando su salud se hallaba ya muy deteriorada. A principios de febrero de 1773 Garcés cayó enfermo de gravedad, sin que los médicos fueran capaces de reducirle la fiebre. Después de una penosa convalecencia que duró varios días, a las doce y media de la noche del 16 de febrero de 1773 el padre Antonio Garcés exhaló su último suspiro. Pocos minutos después de su fallecimiento, una gran muchedumbre se agolpaba ya a las puertas del convento. Expuestos sus restos mortales en la Sala Capitular, la enfervorizada multitud destroza el confesionario y la barandilla del púlpito del padre, y desnuda su cuerpo, haciendo jirones sus vestiduras con el fin de convertirlas en reliquias. El pueblo había elevado a Garcés a los altares mucho antes de que la Iglesia lo proclamara oficialmente Venerable que es, junto a Beato, una de las categorías previas a la santidad. Las crónicas nos dan cuenta de lo obsceno que fueron los momentos posteriores a la muerte de Garcés, al que se dio sepultura sin que pudieran celebrarse antes sus exequias porque el gentío lo impidió: "Llegó a tanto el exceso, que estaba indecente el cadáver" [...] "El cadáver estaba casi desnudo: a fuerza de soldados y otros hombres de valor, se entró a la sacristía para vestirlo de nuevo".


Estas manifestaciones de duelo se repitieron el 16 de marzo de ese mismo año, cuando se celebraron finalmente las solemnes exequias del finado. Fueron organizadas por las Cofradías de Nuestra Señora de los Dolores y de San Joaquín y contaron con la asistencia del Ilustrísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Zaragoza. Poco después se estampó en Salamanca el retrato de Garcés, que por ser cronológicamente cercano al momento de su muerte, presumimos fiel al aspecto real del dominico. En líneas generales es el mismo que reproducimos en este artículo, pero este es posterior y presenta  algunas variaciones. Y es que la estampa original se convirtió de alguna forma en el retrato "oficial" de Garcés y fue muy reproducida (con modificaciones) en la portada de varios libros y publicaciones. En algunas aparece con un crucifijo entre las manos, en actitud de meditación, y en otras sin él. En cambio, sí se mantiene en todas las versiones la inscripción que aparece en el pedestal en trampantojo sobre el que descansa el óvalo con el retrato del venerable padre: "Retrato del PM Fray Antonio Garcés, del orden de Predicadores, Provincial de Aragón, Examinador Sinodal del Arzobispado de Zaragoza, Predicador del rey, misionero apostólico, fue de exemplar vida, singular opinión y ardiente celo...".  

En el artículo de Heraldo de Aragón se hace una mención al convento al que estamos haciendo referencia en todo momento, el mismo en el que Garcés profesó, predicó, vivió y murió: "De aquel primer convento dominicano ubicado en Zaragoza apenas quedan unos restos poco significativos pero muy bien conservados, donde se ha establecido el Centro de Documentación del Agua y del Medio Ambiente". Esos restos a los que alude la periodista no son poco significativos, como se dice. Se conserva todavía el magnífico refectorio, cuyo aspecto actual podemos apreciar en la fotografía de arriba. De lo que no nos ha llegado nada es de la antigua y amplia iglesia, en cuya cripta descansaron los despojos mortales de Garcés hasta la Desamortización. A partir de entonces, en algún momento indeterminado, cuando se destruyó la mayor parte del complejo monástico, se destruyeron también los restos del dominico alagonés. ¿Les suena esta historia? Guarda muchos paralelismos con lo que dijimos en nuestro anterior artículo sobre Juan Pablo Bonet.

También hemos dicho anteriormente que Antonio Garcés fue escritor. De esta faceta de su personalidad, la más sobresaliente sin duda, hablaremos en otra ocasión.

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